LAS SECTAS POLITICAS
Eligio Palacio Roldán
Cuando descubrí que la política existía me sentí clasificado con otra particularidad adicional a ser blanco, mono, buen estudiante, campesino. Era conservador. ¿Por qué? Pues porque esa era una característica familiar como las demás. Algo genético pareciera.
Después milité en ese partido político, era la “Reserva moral del país”, decían. Si, era una reserva de las grandes y pequeñas castas que dominaron a Colombia en toda su historia, la reserva más añeja de la oligarquía colombiana. En una escena, la esposa de un religioso Senador de la República hacía ostentación de sus joyas y de su reciente viaje a Europa, en medio de unos campesinos ansiosos por obtener alguna ayuda, para calmar el hambre de sus hijos. Y bueno, eran poderosos, siempre cercanos a la iglesia y de una clase que se creía superior al resto de los humanos. Una secta que usaba a los pobres, con los que no se revolvía, para permanecer en el poder. Una secta que se creía elegida por Dios, que se sentía dueña de la verdad y de la moral pública. Para ellos la maldad y la corrupción estaban en el partido liberal.
Consciente de que el Partido Conservador era una secta, una “Comunidad cerrada, que aparentaba promover fines de carácter espiritual, en la que maestros ejercían un poder absoluto sobre los adeptos” me alejé de esa organización.
Después me acerqué, sin militar jamás en él, al partido liberal. Y a pesar de decir ser el partido del pueblo, era una secta igual a la del otro partido. También la reserva moral del país, también dueños de la verdad y también, para ellos, la maldad y la corrupción estaban en el partido contrario.
Con la religión católica, que tenía las mismas características de los partidos políticos, eran tres sectas las que giraban en torno a mi existencia. Hoy a cada una de ellas le han surgido múltiples competencias: sectas más pequeñas, más cerradas y con unos seguidores mucho más fanáticos, intolerantes y peligrosos que los anteriores.
La próxima contienda electoral tendrá muy poco elector libre, dado el desprestigio de la clase política, y una guerra a muerte entre varias sectas, entre las cuales se elegirá el presidente de Colombia. Entonces, las sectas “tradicionales”, partidos Conservador y Liberal, se sienten asustadas.
Los “libre pensadores” le temen a candidaturas respaldadas por sectas como las de la fanática religiosa Viviane Morales, construida sobre la iglesia Casa sobre la Roca, del controvertido experiodista Darío Silva, recordado por su “lagartería” en el noticiero Noticolor, en el siglo pasado; la del ultra conservador y no menos fanático religioso, exprocurador Alejandro Ordoñez; la “del que diga Uribe”, una candidatura señalada por un hombre que se ve así mismo y que muchos otros ven como un Dios y algunos más como un demonio y que generó, a su alrededor, las dos sectas más grandes de Colombia, en este momento: la de los que lo aman y la de los que lo odian.
No miran con los mismos ojos otras candidaturas, respaldadas por otras sectas, igual de nefastas para el país que las anteriores, como la de Humberto de la Calle, criatura concebida en Cuba en el matrimonio Farc-Santos; la “made in” Venezuela de Piedad Córdoba, la de los dueños de la moral de los colombianos Claudia López, Sergio Fajardo y Jorge Robledo, la prefabricada, a punta de contratos, de Germán Vargas Lleras o la de más alto nivel de sectarismo: la de Petro, representante de los huérfanos de poder y canalizadora del resentimiento de siglos.
Lo que se viene es una guerra de sectas, muchas más que en tiempos pasados, por el poder concentrado en la Presidencia de la República, varias de las cuales, como es costumbre, desaparecerán para unirse al ganador a cambio de un “plato de lentejas”. Más que temerle a esas sectas hay que aceptarlas, cuestionarlas y, desafortunadamente elegir la más tolerante e incluyente. La menos descompuesta.
ANTES DEL FIN
La reelección presidencial fue la idea más nefasta para la democracia colombiana, en lo corrido del siglo XXI; lo fue la elección popular de alcaldes, en el pasado. Como se advirtió en su debida oportunidad, tener un presidente en campaña permanente, con todos los bienes del estado a su disposición, generaría corrupción. Ahí está: las tres ramas del poder público pagándose favores y manipulándose mutuamente, en una masa amorfa que hiede.
De los precandidatos que hay, amasándolos no se hace uno, si quienes pensamos un poco estamos indecisos para votar, como estará el» oscuro e inepto vulgo»? Estamos a punto de una venezuelización del país, ya que las mayorías no encuentran por quien votar lo cual estimulará la abstención, el resto votará por el tamal, la camiseta, el, billete partido y la mermelada, vaya uno a saber a quien eligen en medio de este caos.
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