LA CULTURA DEL ODIO
Eligio Palacio Roldán
Colombia lleva inmersa en la cultura traqueta más de treinta años. Esta cultura, inculcada desde el narcotráfico y con Pablo Escobar como símbolo, está determinada por formas de ser y de estar en el mundo como la ostentación, la belleza física fabricada, las construcciones rimbombantes, los carros lujosos y los caballos de paso, entre otros. Pues bien, estas formas de vida parecen estar pasando a un segundo plano para dar paso a la cultura del odio.
Esta semana, haciendo referencia a un cuestionamiento sobre un posible adoctrinamiento religioso en los colegios, un oyente afirmaba en la emisora W Radio que si eso fuera cierto seríamos buenas personas. Es verdad, todas las religiones proponen acciones en bien del prójimo y estas están cada vez más lejos de la realidad. La sociedad se apropia con vehemencia de la cultura del odio sembrada por la academia, el arte y la política desde hace varios años, fomentada con ahínco en los últimos meses por diferentes sectores políticos y magnificada por las redes sociales.
Mientras en la capital de la república el candidato a la presidencia Gustavo Petro orquesta una campaña en contra de la banca y en especial hacia Luis Carlos Sarmiento Angulo, utilizando figuras como Margarita Rosa de Francisco; en Medellín, el alcalde Daniel Quintero, hace lo propio contra el Grupo Empresarial Antioqueño. Se trata de demeritar, sancionar socialmente y hasta destruir las organizaciones económicas que han generado desarrollo para el país y bienestar para los colombianos. A la par, en escuelas y colegios se alimenta por parte de los educadores, a quien el estado les ha dado mucho y exigido poco, un resentimiento que desemboca en un odio contra el establecimiento propio de sectas políticas o religiosas que se creía superado en la cultura occidental.
Pero si la cultura del odio contra los sectores económicos y el establecimiento va calando, qué no decir de su furor en la política o más directamente en el caso del anteriormente amado expresidente Uribe Vélez: odiarlo está de moda y hacer todo lo posible por denigrarlo, también. A esa causa se ha sumado la prensa que, durante sus años de gobierno, por lo general, estuvo doblegada a sus pies.
Retomando algo del “adoctrinamiento religioso”, la parábola del trigo y la cizaña, pareciera que la cizaña está ganando la batalla. Cuando triunfe, acabará con el trigo y en Colombia solo quedará desolación, hambre y, obvio, una guerra, otra guerra más. En medio de la cultura del odio, el país retrocede en todos los aspectos de la vida nacional y la crisis se agrava por la pandemia del Coronavirus. Todo pareciera confabularse en pro de un futuro aciago, o retomando al maestro Víctor Gaviria: Para un No Futuro.
ANTES DEL FIN
“El Olvido que seremos”, título de la novela de Héctor Abad, es quizás la frase más real, cruel y contundente de cuantas haya escuchado en mi vida: pero, eso somos. Y no es necesario morir o desparecer para ello… aún quienes viven son o somos olvido; la memoria es frágil.
En vez de ser una excelente herramienta para comunicarnos, las redes sociales se convirtieron en una verdadera cloaca.
Las muertes por el COVID-19 crecen, se acercan. Ya no son titulares de noticieros y periódicos, son la realidad del día a día: el vecino, el amigo, la familia. Vamos perdiendo la guerra contra la peste y las víctimas van quedando tendidas por el suelo.
Puede ver: LA GUERRA CONTRA EL CORONAVIRUS https://eligiopalacio.com/2021/04/15/la-guerra-contra-el-coronavirus/
Gracias Eligio, importante llamado de atención. «El que no conoce la historia está condenado a repetirla», solemos insistir. Pero la estamos repitiendo. Y quienes intentan cambiarla, son objeto de rechazo. Es evidente que hay quienes quieren seguir en el estado de cosas que nos ha tocado vivir por décadas porque les conviene, porque es negocio. Otros, por supuesto que no. La historia (real) dice que en Colombia hubo la peor violación a la Constitución Política vigente en 2004; dice además, que varios ministros y otros altos funcionarios de gobierno de la época incurrieron en actos violatorios de la ley y fueron condenados. Años antes, hubo un gobierno elegido con campaña financiada con dineros ilícitos. Más atrás en la historia comenzó una lista de muertes violentas contra quienes denunciaban la relación narcotráfico política (que dudamos si ha terminado). Entonces, una cosa es que haya odio en contra de… (innegable) y otra atajar con maniobras truculentas, presiones, manipulaciones y hasta amenazas el recuento de la cruda realidad, más allá de cualquier interés político (que no el caso del suscrito). Muy valiosa tu reflexión, vale la pena. Pero, desafortunadamente, tanto daño secuencial de gobierno tras gobierno suele generar desencanto (mínimo) y desconfianza (como en mi caso); pero también el odio que nos preocupa, manifiesto en tiempos modernos a través de las nuevos canales de expresión ciudadana. Saludos a todos.
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