CARTA ABIERTA PARA LA SEÑORITA YOLANDA
Esta es una carta de gratitud, amor y nostalgia que espero no se la lleve el viento y le llegue a su destinataria.
Medellín, septiembre 16 de 2024.
Señorita Yolanda:
Después de 53 años, vencidos los temores de una infancia ya lejana, saco unos instantes de mi existencia para decirle gracias, gracias inmensas, infinitas gracias, por haber abierto mi mente a los paraísos insondables del conocimiento.
Desde la casa campesina que habitaba, a unos dos kilómetros del casco urbano del municipio de Entrerríos, Antioquia, se escuchaba el bullicio de los niños en la escuela. En el ensimismamiento de aquellos primeros años, en mi interior, sentía que allí debería estar la felicidad, esquiva para mí.
Fue una larga espera.
Poco antes de cumplir los ocho años de estar en la tierra, llegué a esa escuela. Allí, en medio de la bruma, pude percibir, en usted, una mujer con una inmensa ternura y muy bonita figura, su cabello negro le caía un poco más abajo de los hombros y le hacía juego con una dentadura absolutamente blanca, que dejaba ver tras una sonrisa encantadora.
Cuando se acercaba a mi pupitre, en la primera fila, me enconchaba tratando que no me viera, me daba pena descubriera el poco aseo del niño campesino y percibiera ese infante herido, esa melancolía, que se escondía tras un cuerpecito débil; usted, cada vez más preocupaba por mi dificultad para ver lo que se escribía en el tablero, hasta descubrir una limitación visual que ya había marcado mi existencia desde la primera infancia, sin que ni siquiera yo mismo lo percibiese.
De usted aprendí las primeras letras y los números, a descubrir su magia, la posibilidad de conocer otros mundos, en ese entonces, lejanos, imposibles para mí, y que con los años he podido conocer. Me enseñó, a través de las letras, a soñar, señorita Yolanda.
Cuando hice la primera comunión no sabía por qué tenía más emoción, si por sentirme el centro de la vida familiar o por ir a su casa por una pelota roja de letras que fue su regalo, esa casa que, en retrospectiva, veo humilde, era para ese niño una mansión.
Creo nunca la miré a los ojos, primero por mi limitación visual y segundo por la timidez que se sobreponía sobre mi ser. Siempre estuve celoso de los otros niños, le cuento, reclamaba su amor solo para mí.
Una tarde llovió mucho y no pude ir a la escuela, estuve llorando todo el tiempo por ese motivo. Al siguiente día, no sé si recuerda, usted me increpó por no haber asistido, fue el primer acto sobre el que tuve conciencia de lo que era una injusticia, me revelé contra ella y le contesté, no sé de dónde saqué fuerzas, con un carácter fuerte que aún me acompaña; usted se enfureció conmigo, sigo sin entender el por qué, creo que uno debe tener la libertad de decir lo que piensa y que el otro debe entender esas palabras en perspectiva. No se si estuve más triste por su furia o por no poder haber asistido a sus clases.
Es solo una anécdota, que como todas las de la infancia marcan nuestro destino y que hace que como canta Serrat, a quien tengo presente, otra vez, en estas letras, “los recuerdos sean cada vez más dulces”, los míos de usted siempre lo serán.
La llevó y la llevaré en el corazón por siempre.
La quiero mucho.
Atentamente,
Su alumno, en el primer año escolar, en 1971.
ELIGIO PALACIO ROLDAN
buen comentario . Buena anécdota . Lindo y merecido reconocimiento
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Hermosa carta. La señorita Yolanda fue inmensamente feliz al recibirla y leerla . Mil gracias por tanto amor y gratitud.
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