LAS ARENAS DEL DESIERTO
Eligio Palacio Roldán
Languidecía la tarde cuando ingresó al supermercado de la ciudad que visitaba de vez en cuando. Aún había tiempo de mirar el brillo del sol sobre la montaña que se asomaba tras la vidriera; no en vano, allí se celebraban “Las Fiestas del Atardecer”. Sin saber cómo atravesó el cristal que daba paso al desierto encerrado entre algunos edificios, el sol hacía brillar las arenas a tal punto que era imposible mirarlas con detenimiento. Le dolían los ojos.
Caminaba solo en medio de un desierto que se ampliaba a cada paso, en cada susurro, en cada pensamiento, en cada respiración. Las montañas crecían y aumentaban su inclinación, el piso se movía y él se hundía en una arena cada vez más negra, cada vez más brillante.
Miró a su alrededor, el paisaje le era extraño, desconocido, estremecedor. Oscurecía. Sintió miedo. Debía regresar, claro, pero no sabía cómo. Estaba perdido, en medio de las arenas del desierto.
A todos nos ha pasado en algún momento, sentirnos solos en medio de un desierto y no saber que hacer, el problema es irse quedando allí y cuando se quiere salir, ya se hace casi imposible, por eso, es muy importante saber hasta que punto permitir cualquier situación en la vida, sea buena o mala, todos los excesos don dañinos.
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