LAS ARENAS DEL DESIERTO

LAS ARENAS DEL DESIERTO

Eligio Palacio Roldán

Languidecía la tarde cuando ingresó al supermercado de la ciudad que visitaba de vez en cuando. Aún había tiempo de mirar el brillo del sol sobre la montaña que se asomaba tras la vidriera; no en vano, allí se celebraban “Las Fiestas del Atardecer”. Sin saber cómo atravesó el cristal que daba paso al desierto encerrado entre algunos edificios, el sol hacía brillar las arenas a tal punto que era imposible mirarlas con detenimiento. Le dolían los ojos.

Caminaba solo en medio de un desierto que se ampliaba a cada paso, en cada susurro, en cada pensamiento, en cada respiración. Las montañas crecían y aumentaban su inclinación, el piso se movía y él se hundía en una arena cada vez más negra, cada vez más brillante.

Miró a su alrededor, el paisaje le era extraño, desconocido, estremecedor. Oscurecía. Sintió miedo. Debía regresar, claro, pero no sabía cómo. Estaba perdido, en medio de las arenas del desierto.

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DE VIAJE POR EL DESIERTO AUSTRALIANO (Parte i)

DE VIAJE POR EL DESIERTO AUSTRALIANO (Parte I)

Eligio Palacio Roldán

Dos cosas he querido conocer en la vida: la nieve y el desierto. Descubrir la nieve fue una experiencia maravillosa y conmovedora. Sucedió el año anterior en Ushuaia,  Patagonia Argentina (Ver SOÑAR Y NADA MAS USHUAIA http://wp.me/p2LJK4-SB – USHUAIA,  TIERRA DE LAS HADAS  http://wp.me/p2LJK4-SD). Fue tanta la emoción que se me salieron las lágrimas. La posibilidad de conocer el desierto se presentó tan solo hace un mes, en un viaje a Australia.

La idea de viajar al desierto, solo, parecía, y de hecho lo era, una osadía. Una osadía si se tiene en cuenta mi limitación en el uso del inglés y la inexperiencia en turismo de mochila (Backpacker tours, decía el guía).

Pues bien, todo comenzó con un viaje en avión a Alice Spring una pequeña ciudad perdida en el desierto australiano: una temperatura de 40 grados centígrados me recibió y el uso del traductor de google, en el celular, para preguntar dónde comía algo. Luego de almorzar quise recorrer la población pero una discusión o una fiesta, que se yo, entre indígenas me atemorizó hasta hacerme ir al hotel para tomar fuerzas para el día siguiente.

La madrugada me sorprendió sin saber tostar el pan para el desayuno, un guía y una pareja de desconocidos que hablaban inglés, “pinchaitos” diría yo. Fuimos recogiendo 16 personas más y el viaje comenzó. Larga caminata por una montaña rocosa, algún gesto de simpatía de una japonesita, que me tomaba las fotos y se me perdieron las gafas de sol. Lo noté ya en la tarde.

El guía me hizo señas de que alguien hablaba un poco de español. Era Yonatan, un israelí de 23 años con los mismos rasgos de los judíos de las películas de Semana Santa, en televisión. Las gafas las había encontrado alguien, pero como que las había dejado en el desierto. Nunca creí ese cuento y sospeché siempre que la pareja que conocí, inicialmente, se había quedado con ellas.

A eso de las dos de la tarde llegamos al campamento de ese día, alguna hierba y árboles en medio del desierto. Almuerzo elaborado entre todos (menos yo que no sabía que hacer): lechuga en bolsas, tomate y pepino picado, una especie de salchichón y agua, mucha agua, que tomábamos de “canillas” dispuestas para el efecto en toda la ruta. Mosquitos, muchos mosquitos. Quería ducharme pero no encontré ducha. Pregunté al israelí por el baño y me señaló los inodoros. No hubo baño ese día. Cielo inmensamente azul todo el tiempo, sin nubes, en el día; amarillo y rojizo en el atardecer; lleno de estrellas en la noche. Temperaturas superiores a los 40°C con la luz del día. Luego, a lo lejos, divisamos el Uluru. (Ver DESIERTO AUSTRALIA I http://wp.me/p2LJK4-1ty).

Después de cenar, lo mismo del almuerzo, llegó la hora de “dormir”: fogata, colchoneta y sleeping a un retiro prudente de los demás (por mi forma de roncar).

La noche comenzó mirando las estrellas, ahí encima, claritas. Un intenso calor me hizo abrir el sleeping y quitarme la camisa de la piyama.  Un gracias a Dios por tanta belleza y todo el pasado, el presente y el futuro incierto, de este ser viviente, en el mismo escenario. Todos los fantasmas reunidos: los de la infancia, la escuela, el colegio, la universidad, la DIAN, el periodismo, la familia, la finca… Todos. Creo me subió fiebre. Y todo el inconsciente se hizo consiente y soñé y desvarié y ronqué y grité… Y el guía trataba de que guardara silencio, de que dejara dormir. Creí enloquecer. Y luego, no sé a qué horas los vientos parecieron llevarse los árboles y a nosotros también, como al Macondo de García Márquez. Y hacía frío, mucho frío.

La historia continúa en DE VIAJE POR EL DESIERTO AUSTRALIANO (PARTE II) https://eligiopalacio.com/2015/12/03/de-viaje-por-el-desierto-australiano-parte-ii/ 

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