SIN MIRAR ATRÁS
Eligio Palacio Roldán
Fue la primera y última vez que miró hacia atrás. Serían las cinco de la madrugada de esa mañana lluviosa. Salía para el trabajo, como siempre. Le esperaban cientos de temas por resolver. La agenda era compleja, también, como siempre.
En ese instante, en ese preciso instante, que miró los vio. Serían cuatro o cinco hombres vestidos de overol con almádanas, palas y otras herramientas de trabajo. Esa imagen solo se hizo consiente el día del fin. Y es que la rutina era tal que su alrededor se convirtió en paisaje conocido. ¿Cuál paisaje?, pensó en ese instante.
Cinco de la mañana: un ascensor que lo lleva hasta el primer piso. Diez, once o doce de la noche: el mismo ascensor hasta el piso 7 y su apartamento 717. El portero era un mueble más.
Después, quizás, algún sueño lleno de paisajes y colores desconocidos, tan desconocidos como su propio entorno. Y, el siguiente día, la misma historia repetida.
Nunca supo cuántas noches habían transcurrido desde que miró atrás. Unos ruidos lo despertaron más temprano que de costumbre. Unos ruidos que le sonaban ahí, muy cerca, en su oído.
Entre dormido abrió la puerta del baño. A sus pies un precipicio y allá abajo los restos de la portería, sin portero. Temblando de terror levantó la cabeza y miró a su alrededor y allí en las vidrieras de una construcción cercana vio el esqueleto del edificio que habitaba: sin ventanas, sin balcones, sin muros, sin gentes que lo acompañaran en su desgracia. Solo estaba él, en un pequeño espacio de su apartamento que milagrosamente se sostenía en el aire. El resto ya había sido derruido por los hombres vestidos de overol que vio aquél día, en que miró atrás, en una fría y lluviosa mañana de septiembre.
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