LUCES DE NAVIDAD
Eligio Palacio Roldán
El reloj marca las 7:30 de la noche y el viajero recorre las mismas calles. Ahora millares de luces, cual luciérnagas, iluminan las fachadas de las casas y cientos de risas infantiles forman un bullicio que se escucha desde lejos. Es el día de las velitas.
A su memoria llega la navidad de ayer, con el viaje al monte por el musgo y los cardos. El olor a cola, carbón y cal que impregnaba las casas en diciembre y luego de machacar, cocinar y pintar el papel, simulando rocas, los niños junto al pesebre cantando villancicos y el anhelo del aguinaldo.
También la llegada del niño Dios y un pobre regalo que llenaba todas las ambiciones de un tiempo donde se trataba de subsistir y la honestidad era el pilar de la existencia.
El pueblo se veía más bonito. No había duda. Todo era mejor, más impactante. Pero tanto brillo no permitía descubrir una sombra siniestra que parecía invadirlo todo.
El viajero se estremece, siente un profundo vacío en su estómago y descubre que las luces son tan solo fuegos fatuos, que ocultan una inmensa oscuridad.