LA NAVIDAD DE UN VIEJO
Eligio Palacio Roldán
El Viajero quiere regresar a un tiempo sin tiempo, lleno de fantasías, de luces que se oponen a la blanca oscuridad de la neblina, a sueños que se quedaron sepultados en el inconsciente, a una realidad que se perdió con la madurez o, quizás, enredada en cada pliegue de la piel.
Pero no todo era felicidad, desde luego. Recuerda alguna noche de Navidad, solo, por aquellas calles, espiando a través del cristal o las rendijas de algunas ventanas la alegría de muchas familias, con la llegada del niño Dios. Y se pregunta por qué él estaba ausente en el espacio y el tiempo; tanto, como muchos años después en su regreso. Un regreso que le dolía pues, como en aquella noche de su infancia, su destino estaba allí, afuera, con una única posibilidad: tratar de ver en medio de la neblina.
Recorre el pequeño parque cargado de luces y risas, de recuerdos. Recuerdos menos luminosos, claro, pero cargados de nostalgia. Una nostalgia lógica por el pasado pero, increíblemente, presente en sus proyectos para el futuro. Era como si supiese que el futuro, para él, era solo pasado.
El parque le parecía tan diminuto que no entendía como en sus navidades de infancia le daba tanta dificultad cruzarlo. Recuerda el largo camino hacia su casa, a unos pocos metros de allí, y cómo alzaba la cabeza para poder mirar a su madre y cómo, con el paso del tiempo, fue ella quien hizo esfuerzos para lograr alcanzar su mirada.
Alguna vez soñó con noches llenas de sol, de luz. Fue al contrario: sus días, con el pasar del tiempo, se llenaron de sombras y sus sueños se convirtieron en pesadillas. Fue duro ver como las flores de su jardín se marchitaban y luego morían y, más aún, verlas crecer consiente de que jamás disfrutaría de su mayor esplendor y que ellas lo percibían como lo que era: un viejo.
Y lo peor, un viejo eterno. Un ser condenado a vivir oculto capturando en su mirada retazos de vida.