LA LLEGADA DE LA “PUVE”, LA PUTA VEJEZ
Eligio Palacio Roldán

En mi adolescencia fijé la atención en una actriz de teatro de mi pueblo, bien bonita me parecía, indagué su edad y me desilusioné, tenía 27 años, demasiado vieja para mí, pensé. Tal vez fue la primera vez en la que temí a la “vejez” y comprendí en algo su complejidad, bastante tarde diría por ser uno de los menores de la casa y porque mis padres eran ya bastante mayores.
Obviamente los tiempos han cambiado y en especial en los conceptos de amor y convivencia entre personas de diferentes edades y en otros temas tabú que hicieron daño a las gentes de mi generación como el ser madre soltera, las relaciones afectivas entre personas del mismo sexo o la liberación sexual y amorosa de las mujeres.
Volviendo al tema de la vejez, el primer síntoma aparece cuando te dicen señor o señora, ahí ya dejaste de ser joven, luego, más que en ti lo notas en los demás de tu edad, en los compañeros de escuela, los ves desmejorados, arrugados, canosos o tinturados, con poco pelo, lentos al andar, con algunos problemas de salud; de pronto, aquella niña que te parecía hermosa la percibes con la piel manchada, arrugada, con barriguita o haciendo esfuerzos por ocultar el paso de los años, algo de bótox acá, alguna cirugía allí, etc.
La vejez llega de manera imperceptible, en algún momento alguien te pregunta qué te pasa, por qué estás tan cambiado, si es prudente, si no lo es simplemente te la suelta “qué te pasó, por qué estás tan viejo”. Sencillo, “el tiempo pasa y se nos va la vida” como dijera la canción y mientras se va, con la fortuna de llegar a la edad adulta, vas sintiendo como tu cuerpo se va agotando, se va acabando. Las canas comienzan a aparecer, después una u otra arruguita, la dificultad para levantarte del asiento, del baño, para agacharte, para tus actividades diarias, te faltan fuerzas y aparecen dolores acá y allá, repites y repites las mismas historias, etc.
En esta época los jóvenes te ven como lo que eres, un viejo, ya no encajas en su música, en sus modos de diversión, en sus gustos, en sus conversaciones, en las formas de estar habitando el planeta. Poco a poco te van relegando y se develan las ingratitudes y los intereses ocultos sobre tu futuro: la muerte y la suerte de tus bienes.
En tu interior, la dolorosa despedida, el saber que el tiempo y las fuerzas se agotan, que los proyectos a largo plazo son imposibles, las renuncias se hacen inminentes y es inexorable la llegada de la enfermedad, de la dependencia. A diferencia de la niñez, no se cuenta con la sonrisa, el apoyo y las celebraciones de los demás, ahora solo queda una inmensa soledad y el tiempo corriendo a toda marcha, hacia el adiós definitivo.
Triste y trágica la descripción de esta etapa, pero mientras hayan fuerzas hay que vivir con calidad, disfrutar los tiempos que quedan al máximo, deleitarse con las pequeñas cosas que por los avatares de la juventud quedaron rezagadas, agradecer y gastarse los ahorros en lo que te guste hacer.
Y bueno, gracias a Dios, que nos permitió vivir los años para llegar a la vejez, fortuna de pocos en una sociedad de la muerte como la colombiana.
ANTES DEL FIN
Hace diez años, en mi primer viaje fuera del país, a Europa, una turista me decía que viajando ella no descansaba: “Uno no puede dormir en dólares”, decía. La vida es un paseo, corto, demasiado corto, y hay que aprovecharlo al máximo, mirar, escuchar, tocar, oler, sentir y hacer y hacer cosas antes del descanso, eterno.
Que gran lección de vida nos dio a quienes la conocimos mi ex jefe, Luz Amparo Gil Arango: cuando le informaron la proximidad de su muerte se dedicó a viajar por el mundo, a conocer seres y lugares, a disfrutar cada respiración y a hacer frente con altivez a su penosa enfermedad.
Nada nuevo ofrece la televisión colombiana para este año 2024, más de lo mismo. Pareciera que la tecnología acabó con la creatividad.
Me hiciste dar susto, aunque sé que hay múltiples alternativas para enfrentar las dificultades físicas y las emocionales, como la soledad.
Me gustó mucho este descarnado artículo
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