EL FIN DEL MUNDO
Eligio Palacio Roldán
El Viajero quiere volver a sentir el vértigo que experimentaba, en un tiempo de la niñez, cuando su madre le prohibía acercarse a los bordes del barranco, que generó, alguna vez, la furia del agua detenida a la fuerza. Ahora, no había precipicio, una pequeña y redonda colina permitía llegar hasta, el casi, desaparecido riachuelo.
Recuerda la ofuscación de Yomaira, la rolliza profesora de la escuela campesina, que hacía esfuerzos infructuosos para explicarle a Ramón que la tierra era redonda y la obstinación de éste por advertir que era plana y que caminando, por centenares de noches y días continuos, se llegaría hasta el borde de un precipicio, por donde al caer se viajaría a dimensiones desconocidas, incluso al cielo, o quizás, al infierno.
A veces, Yomaira, no lograba controlarse y le manifestaba, a gritos, que su teoría era la de los antiguos y que había sido desvirtuada por filósofos como Pitágoras, Aristóteles y Aristarco. Decía que Pitágoras afirmaba, incluso, que la tierra era una esfera perfecta.
Ramón se defendía diciendo, en medio de burlas de quienes lo escuchaban, que en las noches, en sueños, él viajaba hasta el precipicio, se lanzaba y llegaba a pueblos y paisajes desconocidos; hablaba de montañas blancas y heladas, de lagunas azules inmensas, de agua salada, de grandes extensiones llenas de arena, sin vegetación y con temperaturas muy altas, del sol de medianoche, de noches al medio día… de seres con vestidos y costumbres extrañas, del Tren del Fin del Mundo.
Fue, entonces, cuando se sospechó de la locura del niño; el sacerdote del pueblo trató de ayudarle, le explicó que desde la biblia se hablaba de la redondez de la tierra, le citó: Isaías 40,22 y 55,9. No pudo convencerlo. Sin embargo, había algo que estremecía al prelado y le generaba gran inquietud: lo que relataba Ramón era real, sucedía en países lejanos; pero, ¿cómo tenía esa información, si no sabía leer, en el pueblo no habían libros que relataran esos hechos y sus padres y allegados eran ignorantes?
Poco a poco Ramón fue marginado, era considerado una mala compañía. Se habló de una posesión diabólica. Se fue quedando solo. Alguna vez, el padre dijo sentir vergüenza de su hijo y maldijo el momento y la mujer con la que lo concibió.
A Ramón se le veía dormir en las clases de la escuela, en misa, sentado en las bancas del parque del pueblo, en los andenes, en la puerta de su casa. Decían que era un ser del más allá, casi un fantasma. Se fue poniendo triste, ojeroso; no tuvo ganas de jugar, de compartir con los otros, de vivir. Alguien dijo haberlo visto, varias veces, sentado sobre el barranco, que hoy visitaba El Viajero.
Una noche de octubre no apareció en la casa; los niños de la escuela lo despidieron en medio de chanzas, se había orinado en los pantalones, mientras dormía, cuando los acompañaba en un partido de fútbol. No dijo nada. Se fue por la vereda caminando lento, muy lento.
A los dos días, unos campesinos encontraron a Ramón, con la cabeza sangrante, en medio de los matorrales, en lo profundo del barranco.
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