NAVIDAD MÁS ALLÁ DE LA RELIGIÓN Y EL COMERCIO
Eligio Palacio Roldán
Todas las pasiones, las alegrías y las tristezas y, obvio, los comportamientos se fijan en los primeros años de vida. Mi ansiedad y mi felicidad por la llegada de la Navidad, sin duda, se remontan a esos años de infancia. No recuerdo mucho, conscientemente, pero las sensaciones de esos días se quedaron grabadas en mi inconsciente, para toda la vida.
No creo que esa fijación se deba a la religión católica que se profesaba en mi hogar; aunque, tal vez si, la Navidad era una versión de Jesucristo más alegre, más fraternal, más solidaria; menos dramática, menos trágica, menos castigadora; más alejada del “Valle de lágrimas” y más cercana al “paraíso”.
Pudiera ser, que la fijación se debiera a los regalos que “traía” el Niño Dios; aunque los obsequios eran tan pobres que escasamente podrían dejar alguna marca; aunque, en medio de la pobreza, cualquier obsequio adquiere dimensiones desproporcionadas y, más, en las mentes infantiles y, más, mucho más, claro, en una mente infantil campesina.
Puede ser, también, que la alegría de la Navidad estuviese en los días de vacaciones de los hermanos mayores, que siempre inventaban paseos por el campo, alguna comida “especial” o algún juego; en el “descanso” de mi mamá al no tener que madrugar tanto y el menor estrés, por no requerir mucho dinero para enviar los hijos a la escuela.
La alegría de la época se percibía y se percibe, aún, en la música que transmitía la radio, la de Buitrago y la de Rodolfo Aicardi, bien distinta a los tristes boleros y baladas de entonces.
Otra de las razones de la alegría de la Navidad, fijada en aquellos años, era el olor a Navidad; olor percibido en la confección de rocas con cal, carbón y “cola”, en el musgo y los cardos al interior de la casa, que alejaba los malos olores del hacinamiento y la falta de aseo de las casas y de las gentes que las habitaban.
A pesar de todas estas posibilidades de fijación de olores y colores creo que el principio de la neurosis estaba y está en el carácter mágico de un niño Dios, cargado de regalos para satisfacer los deseos más íntimos de los infantes; un carácter mágico que permitía a los niños soñar con parajes y gentes insospechados, con tesoros escondidos y con milagros que transformarían la vida y las costumbres de las personas, a su alrededor, y su misma vida.
Quizás esa magia de la Navidad va desapareciendo del colectivo y ahora en los niños queden gravadas otras imágenes, otras pesadillas; pesadillas menos románticas, más prácticas, más cibernéticas; tal vez la magia de la Navidad esté condenada a ser solo un fantasma, de los mayores, como lo son ahora: las brujas, los duendes y los demonios; solo folklore.
Pareciera que la modernidad dejara en el olvido las fantasías de otros días, la sensibilidad por las cosas sencillas, el amor sincero; pareciera ser que los colores de la Navidad, son ahora “solo fuegos fatuos que ocultan una gran oscuridad”.
ANTES DEL FIN:
Tal vez la alegría de la Navidad esté en un soplo divino.
Creo que en mi caso he tenido suerte con la Navidad, en esta época las desgracias no se han aparecido por mi vida.
La alegría de la Navidad se fue acrecentando con la terminación de los años escolares, los semestres universitarios y la consolidación de proyectos y metas.
Dice mi madre, 91 años de edad, que no se explica por qué alguien, como yo, tan alejado de la religión, disfruta tanto la Navidad. Espero madre, haberme podido hacer entender.