
“Yo no tuve casi niñez, por los conflictos, la guerra, todo eso… yo andaba de arriba para abajo en combos, raperos, bandas…”
Entre los diez y los doce años de edad comenzó a sentirse excluido; los amigos, algo mayores, le sacaban el cuerpo, no lo invitaban a sus “juegos”. Al comienzo los seguía con una mirada triste, de desesperanza; luego, sin dejarse ver, los perseguía hasta donde se encaletaban, y un día, a los trece años, alcanzó su sueño, en medio de las nubes de humo, que producía la droga, que consumían: logró la aceptación del grupo. “Esa fue la primera vez que la probé, después… después… nunca la dejé”.
Hoy, a los 28 años, Cesar, vive en la calle, a la intemperie…
“Tengo familia y no tengo… fue por el vicio, por culpa del vicio y muchos problemas en la casa: mi papá y mi mamá se separaron, ella se enfermó y salió pensionada, me ayudaba mucho, y yo me pegue del vicio, bazuco, y entonces me tiré pa la calle.
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Tenía 20 años y se me murió un familiar, un tío, que yo quería mucho, con él había farriao y le había gastado como dos millones de pesos y me dio mucho remordimiento y entonces me gasté como trescientos mil pesos en vicio: perico, chorro, bazuco.
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El perico y la marihuana suben la autoestima, pero el bazuco la baja y le da, a uno, una depresión… huy hermano, eso es muy duro.
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Una garrafa de aguardiente vale $40.000, el perico $5.000 y el bazuco $1.000; es mucho más barato.
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Yo tenía unas “chimbas” de novias, la mejor ropa de por mi casa; termine con mi novia, se murió el tío, mi mamá se enfermó…
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Cuando yo llegaba sucio a la casa mi mama me decía: “Gamín, bazuquero, hijueputa” y entonces yo hacía las cagadas en la casa y me echaron, y me fui para el río, por la Plaza de Toros La Macarena, ferié la ropa y empecé a conocer gente, después me fui pal Parque de Los Pies Descalzos.
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A las orillas del Rio Medellín, hay mucha gente, llega más de uno con comida del reciclaje, o nos dan en la calle; uno hace sus necesidades también en la calle y, a veces, va y se baña en El Centro Día.
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Un día mío… me acuesto a dormir, cuando llego del Centro de la Ciudad, a las dos o tres de la tarde y a las seis de la mañana; en el Centro pregono los buses, toco llantas, limpio vidrios y me dan monedas: compro vicio y, a veces, algo de comer; aunque, de comer, casi siempre me dan.
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Cuando la ropa está muy sucia, la voto y consigo otra; tengo una sábana y una cobija.
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En este barrio yo conozco mucha gente, cuando tengo formita les colaboro… y la gente me ayuda.
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Una vez me fui pa donde mi mamá, saqué la cédula y los papeles pa estudiar y me fui tres días pal Centro y entonces me dijo: “Gonorrea, hijuepuata, pirobo”, y me echó, otra vez.
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A veces siento nostalgia de la casa: la comida, mi cama, la ducha.
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En el mundo del vicio no hay espacio para el amor; se está sin afecto, pero se está bien.
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Yo he estado en rehabilitación, pero uno se aburre de estar, allá, encerrado.
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Duro, muy duro, la Navidad, un 24 y un 31 de diciembre, huy. (lágrimas)
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Ojalá salir de aquí, pero, ¿cómo?
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Un milagro… estar con la familia o tener un techo pa vivir.
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Me cansé de que me menosprecien, de que me digan bastardo, hijueputa, malparido, que vos no sos hijo de tu papá.
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A mi hermanito le colaboran, está en la universidad, está trabajando, dos carreras, yo le mostré el mundo de las armas, del vicio y… lo aconsejaba. Él está bien, está bien.
Cuántas vidas se perderán por falta de una oportunidad…por falta de una conversadita, un levantar el ánimo…Bendito sea Dios, que a nosotros nos dió verdadero calor de hogar…sin mértito alguno.
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