LA VISPERA
Eligio Palacio Roldán
El viajero se siente descubierto. Como puede, se oculta tras un pendón colgado en una columna, que anuncia una promoción de fin de año; tras ella permaneció cerca de cinco horas, muchos años atrás, la víspera de la tragedia.
Mira de reojo para todos lados con un pánico creciente: las paredes del lugar han sido cubiertas con espejos, donde se reflejan hombres y mujeres que hacen esfuerzos inútiles. No puede permanecer oculto. Se arrodilla, pone las manos sobre su cabeza y por infinitos segundos espera el fuerte golpe que no llega. Recuerda:
La víspera fue un sábado en la noche, día de mercado: Otilia, Leonor, Adolfo y Donato habían tocado, bailado y cantado por más de cuatro horas. Ahora Otilia estaba frente al espejo radiante. Un grito de espanto se escuchó en el lugar: Jesús había tomado a Marina por el cuello y amenazaba degollarla:
– Si no regresan al escenario, esta mujer está muerta, vociferó.
Marina, sollozando, gritaba. Otilia trataba de convencer a Jesús, que también llorando, pedía que le repitieran una canción: Tabú.
Jesús, uno de los pocos negros del pueblo, había llegado una media hora antes al café. Estaba borracho. Pidió un aguardiente y luego otro y luego otro más. Marina, que le brindó el licor, creyó que ya había abandonado el lugar, pero no era así. Permaneció escondido, entre las cortinas, mientras los últimos clientes abandonaron el sitio. Luego atacó a Marina.
Después de una hora de conversaciones los artistas regresaron al escenario y Otilia entonó una versión de la canción de Margarita Lecuona:
Tierra del África lejana
Del rio, caudaloso, el cielo azul
Tierra del África lejana
Del rio, caudaloso, el cielo azul
Las oscas selvas primitivas
De dioses misteriosos y de fieras
Tierra del África lejana
Llena mi cuerpo de candela
Y aquí si el negro mira la hembra blanca
Y aquí si el negro mira la hembra blanca
Tabú, tabú, tabú
Tabú, tabú, tabú
Tierra del África añorada
Llena mi cuerpo de candela
Oshun, Ifá, Obatalá, Chango, y Yemayá
Oshun, Ifá, Obatalá, Chango, y Yemayá
Tierra del África añorada
Llena mi cuerpo de candela
Y aquí si el negro mira la hembra blanca
Y aquí si el negro mira la hembra blanca
Tabú, tabú, tabú
Tabú, tabú, tabú
Jesús conoció a Luciana desde niña, primero la miró con ternura, después con amor, con deseo, con pasión, con lujuria. Luciana conoció a Jesús cuando éste era adolescente, primero lo miró con ternura, después con temor, con terror. Jesús creyó que había entre ellos un amor posible en una sociedad racista, discriminadora, excluyente. Luciana nunca sintió amor por él, tan solo algo de cariño y lástima.
Jesús trató de cortejarla desde niña: la esperaba a la salida de la escuela, a la salida de la iglesia, en el camino que la conducía a su casa. La cargaba en andas, cuando representaba un ángel en las procesiones. La espiaba desde una tapia cuando lavaba ropa, en el estanque empedrado. Ella un día le sonrió y él sintió que le temblaban las piernas, que su corazón latía más rápido, que su cuerpo se estremecía.
Un día, Luciana sintió que alguien la observaba, que alguien la perseguía, que alguien la amenazaba. No supo qué hacer. Trató de huir…
Jesús exigió la repetición de la canción hasta que la luz comenzó a apartar las sombras del pueblo. En ese instante, pidió perdón y luego caminó lentamente por la calle más larga del caserío hasta que desapareció, en medio de la neblina.
Lo que sucedió ese domingo, quedó grabado, para siempre, en la memoria del pueblo.
El viajero escucha una carcajada del hombre, al que confundió con Jesús, al despedirse. Vuelve al presente, se tranquiliza. Este no puede ser Jesús; él, en su vida, jamás sonrió.