LA ILEGALIDAD DE LA DOSIS MINIMA

LA ILEGALIDAD DE LA DOSIS MINIMA

Eligio Palacio Roldán

Según Alto Turmequé, de El Espectador, del pasado Domingo, el presidente Duque les pidió a los congresistas de su bancada que, ante nuevos ataques de los liberales por el decreto que permite a la policía confiscar la dosis mínima, “…les recordara que en el Código de Policía, llevado al Capitolio por el gobierno anterior, se menciona al menos nueve veces la prohibición de consumir sustancias alcohólicas o psicoactivas en espacios públicos…”

Defendiendo el polémico Decreto, el presidente afirmó que: «Necesitamos que todos los poderes públicos tengamos esa armonía para derrotar el microtráfico, el narcotráfico, garantizar que el espacio público no sea lugar de intimidaciones y de vulneraciones de los derechos. El libre ejercicio de la personalidad no puede estar encima de los derechos colectivos ni poner en riesgo los derechos de la ciudadanía»

Buena defensa del Decreto 1844 de 2018 que, aunque está bien motivado, es demasiado restrictivo al autorizar solo el porte de la dosis personal: “El porte y tenencia de cantidades que excedan la dosis personal será judicializado de conformidad con la normatividad vigente.”

El literal j) del artículo 2º de la Ley  30 de 1986, indica: “Dosis para uso personal: Es la cantidad de estupefacientes que una persona porta o conserva para su propio consumo. 

Es dosis para uso personal la cantidad de marihuana que no exceda de veinte (20) gramos; la de marihuana hachís la que no exceda de cinco (5) gramos; de cocaína o cualquier sustancia a base de cocaína la que no exceda de un (1) gramo, y de metacualona la que no exceda de dos (2) gramos.

No es dosis para uso personal, el estupefaciente que la persona lleve consigo, cuando tenga como fin su distribución o venta, cualquiera que sea su cantidad.”

El analista Rodrigo Uprimny, en una columna de El Espectador, por su parte, califica de insensato el decreto por cuanto, “…reprime a todos los consumidores, sin hacer la necesaria distinción entre cuatro tipos: i) aquellos que son dependientes y requieren ayuda y apoyo, pero no represión; ii) aquellos que hacen un consumo riesgoso, como manejar bajo el efecto del alcohol, quienes deben ser sancionados por ese grave comportamiento, pero no por ser consumidores de alcohol; iii) la inmensa mayoría de usuarios que simplemente consumen recreativamente, quienes deben recibir información sobre los riesgos de esas sustancias y se les pueden imponer algunas restricciones sobre los lugares de consumo pero, si uno cree realmente en la libertad, debían ser dejados tranquilos, y iv) finalmente los niños y niñas, frente a quienes debe haber una prohibición de consumo, como existe con el alcohol o el tabaco, por su falta de autonomía y su desarrollo neurológico incompleto.”

Muchas discusiones se han generado alrededor del tema: El Decreto, por lo menos, trata de tener una política coherente porque no es razonable que todo el mundo pueda portar sustancias sicoactivas, a sabiendas de que en Colombia su producción, transformación y comercio son ilegales. Es decir, con la dosis mínima se estaba legalizando la droga.

Ahora bien, desinforma el presidente Duque porque una cosa es prohibir el consumo de sustancias psicoativas en sitios públicos y otra, bien compleja, la que se plantea para el cumplimiento de lo ordenado en el Decreto 1844, porque aunque conseguir drogas ilícitas ha sido bastante fácil en Colombia (Ver MEDELLIN ILEGAL https://eligiopalacio.com/2014/07/01/medellin-ilegal/), para alguien adicto, la dosis personal es muy reducida y aprovisionarse de ella implicaría decenas de viajes a los puntos de expendio, que si las autoridades son eficientes serán cada vez más sofisticados, de más difícil acceso, más peligrosos y, paradójicamente, más rentables. En síntesis, el porte y por ende el consumo de droga es ilegal en Colombia. Pero como es bien sabido, el país vive de la ilegalidad y un gran porcentaje de sus habitantes disfruta de sus réditos; incluidas las autoridades que tratan de controlarla.

ANTES DEL FIN

Esta semana, en la marcha estudiantil, el olor a marihuana me trasladó a los años de juventud en la Universidad Nacional, en la década del ochenta…

Tranquilos, no se asusten. No voy a confesar una adicción a las drogas. Solo que en esos años el humo de los cigarrillos de los consumidores del alucinógenos, nos hacía desalojar el Bloque 24 de Arquitectura, de la sede de la Universidad en Medellín, donde tratábamos de descifrar los enigmas del cálculo diferencial en medio de la humareda, la modorra y el hambre de medio día.

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¿LEGALIZAR QUÉ…?

¿LEGALIZAR QUÉ…?

Eligio Palacio Roldán

Es tanto el entusiasmo por la marihuana que hasta el gobernador de Antioquia, Luis Pérez Gutierrez, propuso promover un monopolio del Estado para producir y comercializar la “Mala Hierba”…

Muchas expectativas frustradas dejó la Sesión Especial de la Asamblea General de Naciones Unidas sobre drogas –UNGASS. Bueno, frustradas para los que piensan que la legalización de las drogas ilícitas es la solución, para quienes piensan lo contrario el evento los deja tranquilos, pero no por muchos días.

Es obvio que la legalización de las drogas se abre camino en el mundo. No de otra manera, se explica la proliferación de pomadas, ungüentos, gotas, aceites y otros productos fabricados supuestamente a base de marihuana y extracto de coca en el mercado callejero de las principales ciudades del país; ventas que se han visualizado desde diciembre pasado cuando se aprobó la legalización de la marihuana para uso medicinal, mediante el Decreto 2467, para un mercado estimado en más de dos mil millones de dólares.

El Decreto que tiene por objeto: “… reglamentar el cultivo de plantas de cannabis, la autorización de la posesión semillas para siembra de cannabis, el control de las áreas de cultivo, así como procesos producción y fabricación, exportación, importación y uso de y sus destinados a fines estrictamente médicos y científicos” parece haber hecho brotar, con inusitada rapidez, los cultivos de marihuana, la fabricación  y comercialización de subproductos  y la aparición en el lenguaje callejero y familiar de cientos  de beneficios del vegetal, hasta ahora dichos en voz baja: que para los dolores reumáticos, que para la gastritis, que para mejorar la actividad sexual,  que para calmar la ansiedad. En fin, son tantos los beneficios atribuidos a la marihuana, que no se entiende cómo, esta «maravilla», había permanecido oculta por tantos años.

Es tanto el entusiasmo por la marihuana que hasta el gobernador de Antioquia, Luis Pérez Gutierrez, propuso promover un monopolio del Estado para producir y comercializar la “Mala Hierba” que desencadenó una guerra en Colombia, en la década del ochenta del siglo pasado, de la que aún no salimos. Propuesta que el gobierno nacional no considera “conveniente” hasta el momento, según afirmaciones del Ministro de Salud, Alejandro Gaviria.

Y como Colombia es un país sin memoria y como el mundo tampoco parece tenerla, vale la pena recordar algunos elementos del Informe Mundial sobre las drogas 2015 (http://www.ipu.org/splz-e/unga16/drug-report-s.pdf): “… hay indicios de que el número de personas que necesitan tratamiento por consumo de cannabis está aumentando en la mayoría de las regiones…  cada vez hay más datos que apuntan a que el cannabis podría ser más perjudicial. Ello se refleja en el elevado porcentaje de personas a quienes se administra tratamiento por primera vez por trastornos relacionados con el consumo de cannabis en Europa, América del Norte y Oceanía. Según la escasa información disponible, el cannabis ocupa el primer lugar entre los tipos de drogas por cuyo consumo se administra tratamiento en África”.

Pero bueno, la verdad es que la ilegalidad de las drogas sicoactivas solo está en la comercialización porque, es obvio, están a disposición de los ciudadanos en todo el mundo, desde hace muchos años. Para saberlo no es sino recorrer las calles de Londres, Madrid, Buenos Aires o Los Angeles y, por su puesto, cualquiera de las ciudades y los pueblos colombianos.  En eso se parecen, ahora, las grandes urbes mundiales: En el olor penetrante  que dejan las bocanadas de humo de los consumidores de marihuana. (Ver MEDELLIN ILEGAL https://eligiopalacio.com/2014/07/01/medellin-ilegal/)

ANTES DEL FIN

Cuando veo y/o escucho a los dirigentes del mundo hablando de la legalización de las drogas me transporto a las sabias palabras de Don Quijote:  «… que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros  ha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo, han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.»

Lo mismo sucede en la guerra contra las Farc y el ELN.

Hace unos 20 años, bastante tarde en mi vida, traté de probar la marihuana. No lo logré: antes era necesario saber fumar. Nunca me interesó.

El olor a marihuana me transporta al hambre de los medios días, estudiando cálculo diferencial, en la Facultad  de Arquitectura, en la Universidad Nacional de Colombia, sede de Medellín. Hoy como ayer, la marihuana se comercializa con mucha facilidad.

LOS ANGELES – CALIFORNIA DEL CIELO AL INFIERNO

LOS ANGELES DEL CIELO AL INFIERNO

Eligio Palacio Roldán

Donald Trump tiene razón, la inmigración indiscriminada de latinoamericanos está dejando atrás la pujanza y el progreso del país del norte.

No conocía los Estados Unidos de América, nunca me había interesado hacerlo. Visité la ciudad de Los Ángeles – California para aprovechar una escala necesaria en mi regreso a Colombia, desde Australia. (Ver LOS ANGELES CALIFORNIA DEL CIELO AL… http://wp.me/p2LJK4-1vV).

De Los Ángeles impacta su aeropuerto, las avenidas de segundo piso, los grandes rascacielos, los estudios de cine y, obviamente, Hollywood con sus cientos de estrellas y los miles de seres humanos, casi todos latinos, buscando una oportunidad para “brillar en el cielo”.

Para cualquier ser humano resulta gratificante recorrer los escenarios de las grandes películas de la historia y tener cerca los ídolos que nos han hecho reír, llorar o suspirar; saber que las estrellas incrustadas en el piso le pertenecen a cada uno de los seres que hemos admirado y querido y que quizás podamos lograr hacer parte de ese selecto grupo.

Pero más allá de los sueños de triunfo, lo que más me impactó fue la decadencia de los habitantes de la ciudad: las vitrinas de las grandes boutiques y los bajos precios y la buena calidad de las ropas que se venden en San Pedro y con las cuales, descubrí, se visten algunas de mis amigas más “encopetadas”, no se compadecen con las formas de vestir de los habitantes de la ciudad (me dicen que ocurre igual en el resto del país del norte). No hay estética en la combinación de formas y colores en los atuendos y  en los cortes del cabello, pareciera que todo el tiempo estuvieran de halloween.

Algunos dirán que la forma de vestir es propia de los seres humanos que han trascendido y por fin se han liberado de ese Gran Otro, de la sociedad de consumo, en la sociedad más consumista del mundo. Sin embargo, pareciera que lo que buscan estos seres es precisamente llamar la atención del mundo que los rodea, y es que a su forma de vestir, se une el alto volumen en sus diálogos en sitios públicos; cualquiera creería que tienen problemas auditivos.

Hay un desespero por hacerse ver, por hacerse escuchar, por hacerse notar, para que alguien descubra su talento y quizás, algún día, tener su propia estrella en Hollywood. En ocasiones, me sentía recorriendo la 45 de Manrique en Medellín en los días de la Tango Vía. Obviamente, la cantidad de “artistas” buenos y malos que desfilan por las calles se convierte en un alimento para el espíritu y un atractivo turístico más.

Me queda la sensación de que la población de Los Angeles está en decadencia. Sensación que se dilucida al ver los buses escolares anacrónicos, al escuchar la música de los años 50 y 60 sonar en la radio, al recorrer algunas calles del centro de la ciudad que te transportan al Guayaquil de Medellín de los años 70 y al percibir los malos olores que no parecen controlar, los habitantes de la ciudad, con el baño diario o con los desodorantes y en especial el desagradable olor, para mí, a cigarrillo, marihuana y demás drogas ilegales.

Llama la atención, además, la cantidad de gentes mutiladas que recorren las calles, el metro y los buses de la ciudad, tanto que los vehículos están adecuados para atender este segmento de la población y, desde luego, la cantidad de mendigos y gentes sin techo que habitan la ciudad, al estilo de los países del tercer mundo.

Comparando las ciudades de Australia y Los Angeles-California tengo que llegar a una conclusión lamentable: Donald Trump tiene razón, la inmigración indiscriminada de latinoamericanos está dejando atrás la pujanza y el progreso del país del norte.

ANTES DEL FIN

De regreso a Colombia se siente el subdesarrollo. Pero, bueno, es la patria amada.

DON CARLOS, EL ELECTRICISTA

DON CARLOS, EL ELECTRICISTA
Eligio Palacio Roldán
Una lesión en la columna vertebral, le había partido su vida en dos. Bueno, en tres, pues una nueva desgracia marcaría de nuevo su existencia, unos años después.

Un trueno seco y sonoro rompió la modorra del medio día, de aquel domingo, 13 de septiembre de 1981. Un caballo corrió velozmente, mientras relinchaba, buscando un refugio; lo propio hicieron las vacas y, otro tanto, las aves. Los hombres dijeron una mala palabra y las mujeres se persignaron; algunas dijeron que “la tempestad sin lluvia, generalmente trae tragedias mayores”.

Don Carlos recuerda que no había amenaza de lluvia; tan solo una nube oscura se divisaba a alguna distancia, el viento no alcanzaba a mover sus ropas en las alturas. El era el electricista del municipio y ese día se encontraba en la finca del Personero Municipal colocando una farola, que iluminaría el paso de la casa a las porquerizas. En ese momento descopaba un pino, con un machete, hasta donde llegaría la energía. No llevaba protección porque no se advertía peligro, no estaba en contacto con la electricidad. Una chispa del rayo se deslizó por el machete y el cimbronazo lo tiro al piso, desde unos cinco metros de altura.

La pasión de don Carlos por la electricidad comenzó, cuando apenas tenía unos siete años de edad, en los primeros años de la década del cincuenta, del siglo pasado, en la vereda Yarumalito de Yarumal, norte antioqueño. En la finca donde vivía, aprovechando una cascada, junto a la casa, se instaló un pequeño sistema eléctrico. Y, desde entonces, se incubó en el niño un deseo por la electricidad, fruto del deslumbramiento infantil por la luz eléctrica, que pasaría por la inquietud por conocer todo lo relacionado con la conducción de energía y luego se constituiría en un pilar fundamental en su vida de joven y adulto: un medio de rehabilitación y subsistencia.

En el pequeño Centro de Salud del pueblo, don Carlos, despertó varias horas más tarde. No sentía sus piernas. No las sintió nunca más. Una lesión en la columna vertebral, le había partido su vida en dos. Bueno, en tres, pues otra desgracia marcaría de nuevo su existencia, unos años después.

En la Clínica Medellín, del centro de la ciudad, transcurridos varios días, le dieron el diagnóstico: “Lesión a nivel torácico 10, se perdió el líquido medular. Parapléjico”. Luego, un largo tratamiento con inserción de Barras de Harrington y terapia intensiva.

Días, semanas, meses de mucho dolor y lágrimas. Agitados pensamientos, que le robaron el sueño: pensaba en Alicia, su esposa, y sus cuatro pequeños hijos. Luego una “autorización” del médico: “¿Usted que sabe hacer con las manos? Es hora de que trabaje”, le dijo. Don Carlos comenzó otra nueva historia, aferrado a su deseo y, a través de un pequeño taller, continuó siendo el electricista del “pueblo”.

La desgracia llegaría nuevamente a la vida de Don Carlos, El Electricista. El 24 de junio de 1997, a eso de las 7:30 de la noche se escucharon unos disparos, que estremecieron todo el casco urbano de Entrerríos. El hombre sintió un dolor en su alma, sobre el cual no encuentra palabras que lo describan. Respiró profundo. Se persignó y supo que su hijo mayor, Jhon Carlos, había sido asesinado por los recién traídos paramilitares, que estaban en la tarea de atemorizar el pueblo, con unas de sus aterradoras “limpiezas”.

Jhon Carlos había comenzado a consumir marihuana en la primera adolescencia.
“Nuca pudo con la tragedia de su padre”. Dijeron algunos

Después vinieron drogas más fuertes y alguna vez un deseo de rehabilitación. Don Carlos se movió, desde su silla de ruedas, para buscar ayuda. “Hasta donde el gobernador de Antioquia llegué”, recuerda. Y Jhon Carlos fue internado algunos meses en un centro de rehabilitación. Luego regresó al pueblo.

Alguna vez, Jhon Carlos, dijo: “El sicólogo me dijo que yo sería drogadicto toda la vida y que había que buscar alternativas para afrontar esa dependencia. Si yo voy a ser drogadicto toda la vida, pues no me voy a sacrificar, por algo que no tiene solución.”

Don Carlos fue advertido: Su hijo debía abandonar el pueblo. El no quiso irse. No consideraba justo tenerse que marchar de su terruño. Allí murió, asesinado..

Hoy don Carlos, El Electricista, continúa con su pequeño taller. Lo acompaña, Alicia, su esposa, su ángel guardián; sus tres hijas y sus siete nietos, cuyo solo recuerdo hace que se ilumine su rostro y aparezca en sus labios una dulce sonrisa.

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