EL BESO DEL ADIOS

EL BESO DEL ADIÓS

Eligio Palacio Roldán 

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Desde siempre espero ese beso. Incluso creería que desde antes de nacer. Lo imagino cientos, miles de veces. Lo lloró también en sus días de melancolía.

Con el paso del tiempo lo creyó imposible. Máxime después de su partida.

Aquella noche, después de un intenso día, cuando transitaba  los senderos insondables del sueño, ella llegó hasta su cama, le apartó la sábana que le cubría el rostro y lo besó.

El se sintió feliz por unos instantes, hasta que comprendió que aquél no era ese primer beso soñado, si no el ultimo. El beso del adiós

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LA CASA DE LOS OTROS

LA CASA DE LOS OTROS

Eligio Palacio Roldán

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No alcanzaba a entender muy bien cuándo y por qué había abandonado su casa, pero tenía claro que lo había hecho.

Ese día o noche, tampoco era fácil determinarlo, lo invadió la nostalgia: se preguntaba si aún las rosas adornarían el jardín, los naranjos continuarían esparciendo el olor de sus azahares y sus frutos caerían al piso, ya maduros. También por las palomas  que salían al vuelo desde los portones cuando escuchaban el galopar de los caballos y el sonido de las herraduras haciendo chispas sobre el callejón empedrado. Y el inmenso patio de piedras grandes y limpias.

¿Quién habitaría su casa?, ¿Quién usaría sus cosas?, ¿A quién le vigilarían su sueño las lechuzas, allí acurrucadas, todo el tiempo, en todos los tiempos? ¿Sería gente buena?

Una sensación de impotencia le invadió. No había forma de recuperarla. Ahora era de los otros y esos otros estaban allí, felices. Tan felices que no alcanzaban a notar su presencia.

Una mirada triste recorrió cada uno de los espacios de la que fue su casa: Las tapias del patio ya no existían, tampoco la vieja cocina,  con la leña ardiendo, y mucho menos el caño de agua cristalina. Tampoco eran sus muebles. Sus objetos personales habían desaparecido y ahora la casa estaba llena de elementos extraños.

En la sala alcanzó a descubrir el zarzo. La escalera no estaba para subir. ¿Pero para qué hacerlo? Tenía la certeza que, de él, allí tampoco quedaba nada.

Las lágrimas rodaron por sus mejillas y silenciosamente, como había llegado, desapareció en medio de la oscuridad.

A lo lejos solo percibía un rayo de luz, rayo que ni siquiera alcanzaba a iluminar su triste figura.

AUSENCIA

AUSENCIA

Eligio Palacio Roldán

“No hay nada más amado que lo que perdí”
Serrat

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Aunque no te pueda ver ahí estás mamá…

En los últimos años he tenido un acercamiento al arte religioso, gracias a las obras del maestro Norman Cardona en el municipio de Entrerríos. Por ello, he incluido en este blog algunos videos de altares, pesebres y ceremonias desarrolladas en ese municipio, ubicado a 60 km al norte de Medellín, en el departamento de Antioquia.

En Semana Santa, el sábado, tiene lugar la Procesión de la Soledad, cuyo video del presente año nombré Ausencia. El título llegó a mis pensamientos cuando se representaba una escena en la cual la virgen se acercaba al sepulcro tratando de ver a su hijo y con impotencia, por no lograrlo, regresaba por el camino, sola, en medio de la multitud que la acompañaba en la ceremonia: En la mirada de esa imagen de madera y yeso percibí la crueldad de la ausencia definitiva. El ausente sencillamente no está: se fue, se marchó, te dejó.

Puede ver AUSENCIA (Procesión de la Soledad)  https://eligiopalacio.com/2018/03/31/ausencia/

La muerte es la ausencia definitiva. Y si las ausencias temporales duelen, las que son para siempre destrozan el alma. Sencillamente no se podrá ver más, no se podrá escuchar más, no se podrá sentir más al otro amado. Los ausentes definitivos tan solo estarán en el mundo virtual de las fotografías y las grabaciones que, al igual que los recuerdos, se irán desdibujando con el paso de los días. No en vano, el ser humano se ha inventado otras vidas donde se pondría fin a esa ausencia.

La ausencia del ser que más he amado en mi vida: Mi mamá, me dejó tan abrumado que ha impedido que las palabras lleguen a mi cerebro y a mis manos. He comenzado a escribir estas líneas decenas de veces y nada fluye. Ni siquiera los sueños de otros días aparecen en las horas de descanso. Se diría que mi mente quedó en blanco, suspendida en el aire y que solo se ocupa de los recuerdos, de un ayer cada vez más distante, y de algunas canciones que describen el profundo sentimiento de la ausencia. Como dice una de ellas, de Serrat, “Tus recuerdos son cada vez más dulces” y “No hay nada más amado que lo que perdí”. (https://youtu.be/sBXEBVDUXOE)

Después de perder al ser que más se ama en la vida, cualquier ausencia se hace menos dolorosa, cualquier apego se vuelve trivial y seguramente cualquier otra separación será más fácil, menos dolorosa.

ANTES DEL FIN

Obviamente la partida de un ser querido nos lleva a reflexionar sobre la propia muerte, a pensar en las posibilidades de la eutanasia activa o pasiva, sobre los velorios, la cremación y “la otra vida”. (Ver ÁNIMAS SIN VELORIO https://eligiopalacio.com/2016/11/10/animas-sin-velorio/)

Además de Lucía, de Serrat, el duelo se alimenta de cientos de canciones. Aquí unas recomendadas:

Y si tú no has de volver (https://youtu.be/SMg6dt5XFKw)

Procuro Olvidarte (https://youtu.be/zw82EbX52Yw)

En un rincón del alma (https://youtu.be/1coQi9vcGpk)

Este fin de semana son las fiestas parroquiales en Entrerríos, un excelente destino turístico para los seguidores del culto católico. Aquí parte del espectáculo (https://eligiopalacio.com/2018/09/09/fiestas-virgen-de-los-dolores-entrerrios-2018/)

https://eligiopalacio.com/tag/norman-cardona/

UNA VISITA DESDE EL MÁS ALLA

UNA VISITA DESDE EL MÁS ALLA

Eligio Palacio Roldán

IGLESIA

Se sintió extraño en ese lugar, el lugar más común de su existencia  y de los habitantes de la región: el atrio de la iglesia. Percibió un paisaje muy diferente a aquel de todos los días. Quizás sean las brumas de la noche, pensó.

Un monje, vestido de riguroso negro, desde los pies hasta la cabeza cubierta,  repartía escapularios de un tamaño muy superior al normal para estos distintivos religiosos. Algunos niños lo rodeaban. Los adultos lo miraban perturbados.

Se le acercó en silencio. El corazón le latía aceleradamente. Respiró profundo y la miró a los ojos. El monje era una mujer de ayer. A través de la capucha se distinguía el hermoso cabello caoba de sus mejores años, su rostro conservada los duros rasgos de sus tiempos de tormenta, pero la mirada, la mirada brillante de otros días, estaba ausente, perdida en la distancia.

La miró intensamente y ella no respondió como antes. Su piel, aunque tersa, parecía pálida, quizás amarilla.

La mujer le entregó un escapulario. El sintió el rose de sus manos heladas.

Observó las estampas, en ellas aparecía la imagen de Hugo Chávez.

Alzó la mirada. La mujer había desaparecido.

No era posible que fuese ella. No tendría en sus manos una imagen del caudillo venezolano. Era una mujer de ultraderecha

ÁNIMAS SIN VELORIO

ÁNIMAS SIN VELORIO

Eligio Palacio Roldán

En el centro de la inmensa y fría sala de velación una mujer llora inconsolable la muerte de su hijo, cuyo cadáver mira conmovida. A unos metros dos mujeres, que recuerdan alguna escena de una telenovela mexicana o quizás a Tola y Maruja, miran a su alrededor tratando de descubrir algún misterio, alguna historia sobre la desgracia de la familia, que las saque de dudas.

Como pueden, desarrollando su “olfato periodístico” interrogan a familiares y amigos y van construyendo una “versión libre” de la historia del fallecido y de su familia. La historia habla de infidelidades, amores imposibles, traiciones y, por supuesto, de la herencia.

Esas dos mujeres no son una excepción. Son un ejemplo real de los personajes que se encuentran en este tipo de “eventos sociales” que pretenden despedir a quien no se verá más, por un largo tiempo. Un largo tiempo, hasta la “resurrección de los muertos”… De ahí que se despida el cuerpo pues el alma o el espíritu siguen vagabundeando por el espacio, como un “ánima bendita” por los siglos de los siglos. “Amén”.

Una de las acepciones de velorio es una reunión con bailes, cantos y cuentos con ocasión de alguna faena doméstica, quizás por ello, para muchos, un velorio despierta ansiedad y yo diría que un gozo. Gozo que interpreto, además, como una satisfacción o “un fresquito” por saber que no fue uno el que se murió. Por eso además, los velorios, en muchas oportunidades, se convierten en una verdadera fiesta a la que se invitan hasta cantantes, se consume licor y muchas veces, también, se originan nuevos muertos por reyertas. Por eso, también, las ceremonias fúnebres son una especie de celebración con larguísimos y dramáticos discursos. Discursos llenos de palabras rimbombantes y rebuscadas, que nunca se dijeron al difunto cuando las podía oír, quizás con la esperanza de que el “Anima” las escuche.

Por situaciones como las descritas en estas líneas, la velocidad en que transcurre la existencia y, obvio,  la penetración en el mercado colombiano de los hornos crematorios, los velorios son cada vez más escasos y las ánimas tienen que despedirse de su cuerpo sin “verlo” deteriorarse más allá de la causa de su muerte.

Contribuye mucho al auge de la cremación su aprobación por la mayoría de las religiones.

Según un reciente estudio del Ministerio de Protección Social (http://repositorio.sena.edu.co/bitstream/11404/2165/1/3101.pdf), “En ciudades como Bogota por ejemplo, los ciudadanos prefieren la inhumación con un 69%, frente a la cremación con un 31%; en Medellín es lo contrario, se prefiere la cremación con un 69%. Los jóvenes son en promedio los más interesados en los servicios de cremación. En la Costa Atlántica la cremación se utiliza en menos proporción, debido al costo elevado de dicho servicio, como consecuencia de la poca existencia de empresas con horno crematorio en la región…”

Obviamente con el cambio cultural, la cremación y la desaparición de los velorios, los servicios funerarios se han tenido que reorientar hacia otros frentes como la asesoría sicológica para los seres queridos y/o  asesoría legal para los seres queridos o no tan queridos que se disputan las herencias.

Un respiro viven por estos días los cementerios, también en decadencia,  con la prohibición del Papa Francisco,  a los fieles de la Iglesia Católica, de “esparcir las cenizas de los difuntos, dividirlas entre los familiares y también que sean conservadas en casa o utilizarlas en algún tipo de recordatorio”. Obviamente, la mayoría de los cementerios son propiedad o son administrados por esa iglesia y muy posiblemente las rentas se estén disminuyendo. (Ver http://www.recuerdosmemoriales.com/es/)

ANTES DEL FIN

Todavía algunos fieles, de la Iglesia Católica, dejan sus bienes a las Ánimas del Purgatorio: Joyas, dinero, casas fincas; en fin, bienes materiales.

Conclusiones.

  • Las Ánimas que nada necesitan son más adineradas que muchos mortales.
  • El dinero también es necesario para mover las influencias, en “La otra vida”.

LAPARIO – EL PUEBLO DE EL VIAJERO

LAPARIO – EL PUEBLO DE EL VIAJERO
Eligio Palacio Roldán

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Todos los pueblos tienen cementerios.

Algunos tienen hospitales, escuelas, policías.

Todos tienen cementerio y un lugar para adorar a un ser superior, que les permita continuar viviendo, en aquel su otro pueblo. Su cementerio.

El espacio que ocupa Lapario permanece estático e inmutable a través del tiempo.

El paisaje, es el mismo.

La misma neblina en aquellas frías mañanas.

El mismo sol tibio y resplandeciente que ilumina y acompaña a los ancianos que salen de misa de seis, a los campesinos que ordeñan sus vacas, a los estudiantes que van a clase de ocho. El mismo, que en su máximo esplendor, es testigo de la modorra del medio día; que languidece al atardecer, sobre las verdes montañas, dándoles aquella visión embrujadora.

La misma luna que decide sobre la siembra, sobre el amor y la fortuna, sobre la vida. La misma que atestigua sobre amores prohibidos, asesinos incógnitos, tragedias insospechadas.

La misma lluvia. Aquella que durante todo el mes de mayo se ve caer; unas veces con una lentitud tal como si sus gotas quisieran quedarse suspendidas en el aire y otras veces, estrellándose contra el empedrado de las calles, emponzoñada por la inmunidad de la roca. Y la misma inundación del Día de la Santa Cruz, que con furia y rencor, separa estrepitosamente el pueblo y el cementerio.

La misma quebrada que ha llevado en su cauce las pruebas de los pecados y los secretos de las mejores familias. Y, más allá, aquel otro río que tanta prosperidad y desgracia ha traído, en diferentes tiempos.

El mismo cerro mitológico que tanta admiración y respeto despierta al mirarlo.

Los mismos árboles, plantados hace cientos de años por el colonizador español. Tal vez no sean los mismos. Quizás son otros, que ocuparon los mismos espacios.

Los mismos caminos que se formaron con la huida de la tierra, que se aferró a los pies descalzos, de los laparianos de todas las épocas.

Los mismos sonidos a través del tiempo. Los mismos tonos de voz, tanto que los ecos de los vivos no se diferencian de los susurros de los fantasmas.

Las mismas paredes cubiertas de cal. Las tejas de barro, de color negro oscuro, llenas de musgos y líquenes que el tiempo formó. Las habitaciones espaciosas, altas y penumbrosas. Las ventanas acondicionadas para espiar a las gentes, que pasan por la calle. Y las calles de piedras grandes y limpias.

La misma gente.

Allí todos los vivos ocupan el lugar de los muertos, los hijos tienen los mismos nombres de los padres, los mismos gestos, las mismas formas de ser y de actuar. Allí, los matrimonios se consuman entre parientes y por eso se repiten, también, los mismos apellidos, los mismos perfiles, los mismos biotipos. Y, los mismos bobos; aquellos que envueltos, en sus ruanas, retan al sol cada día, aquellos que provocan sonrisas y lágrimas a su alrededor.

También se repiten, en el tiempo, los amores y los rencores, las bendiciones y las maldiciones, las tragedias familiares, la honra y la deshonra, la vanidad y la gloria.

El cementerio está allí, frente al pueblo; en un punto estratégico visible desde todos los ángulos. Permanece inmutable, frío e indiferente, esperando la llegada de sus vecinos.

Está situado en la ladera de una pequeña colina, tiene una vista perfecta hacia el pueblo y, dicen que, su posición geográfica se debe a la necesidad de sus habitantes de estar vigilantes. Sus planos son los mismos del pueblo, pero en escala inferior, sus callejuelas están llenas de flores de agapanto y en su plazoleta, en medio de unos pinos gemelos a los del parque, un ángel pide silencio.

En la “otra vida” no todos son iguales. Cada uno conserva su sitio y su posición, y cada uno guarda sus respectivas distancias, con las gentes de condición social y económica inferior. Se diría, que los criados siguen sirviendo a sus señores, más allá de la eternidad.

En las noches, en que la luna se niega a iluminar a Lapario, se ven avanzar luciérnagas gigantes hacia el cementerio y allí, en medio de los agapantos, las parejas de amantes se entregan lo mejor de sí, despojándose de todo egoísmo y ambición, perpetuando la vida y la ilusión.

Los habitantes del pueblo y del cementerio son los mismos. Al lado de la capilla están los, que en vida, ocuparon las casas aledañas a la iglesia y la disposición de las tumbas es exactamente igual a la de las casas del pueblo.

Un habitante del cementerio tiene en el pueblo un descendiente que habita la casa que le corresponde simétricamente y que posee sus mismos nombres y apellidos, las propiedades y el dinero que le pertenecieron en vida, y exactamente su forma de ser y de actuar.

En el día, los habitantes del pueblo visitan a los del cementerio. En la noche, les corresponde a los del cementerio visitar a los del pueblo, pero no pueden verse. Los del cementerio, aprovechan la noche para visitar sus residencias pasadas y para cumplir sus obligaciones religiosas. Por eso, es común escuchar, en las madrugadas, las misas en latín del padre Roldán, un sacerdote muy importante para la comunidad.

Dicen que los habitantes del pueblo y del cementerio son muy amigos e incluso confidentes. Que los del cementerio, que tienen mayor experiencia, aconsejan a los vivos y que los del pueblo dependen tanto de ellos que no se atreven a actuar, sin su consentimiento.

Dicen además, que muchos habitantes del cementerio tienen antiguas venganzas que ordenan continuar a los del pueblo. Cuentan incluso, que algunos dejan sentencias amenazantes, escritas en las puertas de sus “casas”; como aquella que se lee en una de las entradas: “Luisa, guarde Dios el cielo para ti y reserve las penas del purgatorio para mí. Es mi voluntad pagar por nuestros pecados” Julia.; ó como aquella otra que dice: “Vuelves al vientre de tu madre, del que nunca debiste haber salido”.

El primero de noviembre, los habitantes del pueblo y del cementerio se funden en un rito de vida y muerte, en donde es imposible determinar el origen de cada uno. A la media noche, los del pueblo van por los del cementerio, se agrupan en la plaza pareciendo una reunión de grupos de mellizos. Cuentan que para identificarse tienen que mencionar la cosecha a la que pertenecen, y, por ejemplo, es el momento en que se encuentran Doña Gabriela 1800 con todas las que le sucedieron, y dicen que no es posible distinguirla, incluso con Doña Gabriela 1980, pues visten las mismas ropas, tienen las mismas facciones, igual voz, igual estatura, e igual apariencia física.

Es la oportunidad para saludarse e intercambiar ideas entre todos, y también para tomar decisiones trascendentales como aquella de 1960 de no construir carreteras; o aquella otra, de 1950, de asesinar a todos los forasteros y tirarlos al río.

También es la ocasión en que el Consejo de Fundadores, integrado por las dos familias colonizadoras, decide que pobladores entrarán a morar en el cementerio, durante el próximo año; y para determinar que jóvenes tendrán que ofrendarse, en beneficio de la vida eterna para los laparianos.

Las reuniones, en que los laparianos se pueden mirar a los ojos, sólo son posibles el primero de noviembre y cualquier otro encuentro clandestino, transporta a los contertulios a dimensiones desconocidas, como ocurrió con Don Aníbal, que se sumió en locura perpetua. Se dice que muchos otros lo intentaron y, por ello, algunas veces, los del pueblo parecen estar muertos. Quizás cambiaron de roles.

También dicen que cuando el gallo avisa la próxima aparición del sol, los del cementerio se alejan con sus cánticos fúnebres y los del pueblmo caminan por la Calle Real, pensando en que la vida y la muerte son sólo ilusiones humanas y que lo único cierto, es la presente eternidad de Lapario.

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