SHEREZADE HA MUERTO

SHEREZADE HA MUERTO

Eligio Palacio Roldán

“El de los conocimientos maravillosos y las historias entretenidas, peregrinas. Las cuales noches añaden curiosidad a curiosidad y ofrecen descripciones de amor y pasión y locura de amor. Y contienen historias y rarezas amenas y divertidas y graciosas, adornadas con figuras sorprendentes nuevas, de lo más nuevo que haber pueda, y panoramas prodigiosos de los prodigios de los tiempos”

Las Mil y Una Noches

El pesado Tomo III cayó al piso en medio de la tormenta; el agua y el viento trataban de arrastrar las 1.631 páginas de Las Mil y Una Noches, el libro donde se cuenta la hazaña de la intrépida Sherezade, quien cada noche narraba decenas de historias tratando de entretener al sultán Shahriar, en un intento pausado y creativo por salvar su vida ante su inminente decapitación. Pasadas las horas y con el incremento de la lluvia el libro se fue partiendo en pedazos que el arroyo se llevó.

Con la llegada de los medios electrónicos de comunicación, en especial radio y televisión, de la energía eléctrica y posteriormente de la internet y de su mano las redes sociales desaparecieron los contadores de historias, la lectura de las que quedaron en la literatura universal y de las mismas historias que ahora ya son solo simples trinos o likes sobre fotografías de aconteceres siempre felices.

Cuántos seres que habitan la tierra, en esta tercera década del siglo XXI, han vivido una noche junto al fuego, del fogón de leña, escuchando las historias de un más allá cercano y dominante de la realidad, cuántos se disponen a contar historias sin estar acompañados por el licor o la música, cuántos se ha leído El Quijote de la Mancha, Cien Años de Soledad o Las Mil y Una Noches.

Según un informe publicado en el diario El Colombiano, el 27 de octubre de 2021, en Colombia se leen 2.7 libros por habitante al año frente a 5 de Argentina y Chile. No precisa el informe los del segmento de literatura, pero me temo que son pocos y de esos pocos son muchas las versiones “resumidas” que ofrece el mercado para evitar la “fatiga” de los estudiantes de bachillerato.

Puede ver: https://www.elcolombiano.com/cultura/buscalibre-dice-que-en-colombia-se-leen-27-libros-al-ano-AJ15947362

Y si de tradición oral vamos a hablar, esta quedó contenida en unos pocos cuenteros que aparecen en algún evento cultural y en la memoria de unos cuantos ancianos poco escuchados por las generaciones actuales.

Alguna vez pensé que la única forma de ser inmortal era ser escritor; que Cervantes, Gabriel García Márquez, Tomás Carrasquilla, Jorge Isaacs, entre otros, jamás serían olvidados. No hay tal, los ejemplares de sus obras maestras permanecen en anaqueles olvidados, cubiertos de polvo, y su único destino parece ser esperar ser arrastrados por la lluvia o el agua, en alguna tormenta, como el pesado tomo III de Las Mil y Una Noches. Bueno, este al menos tuvo un final de novela; la mayoría simplemente son arrojados a la basura.

Sherezade ha muerto, no asesinada por el sultan Shahriar después de transcurridas las mil y una noches sino por el olvido de los humanos siete siglos después de su aparición sobre la tierra.

ANTES DEL FIN

Las elecciones del pasado 29 de mayo las ganó sobrado el sistema informativo de Caracol Televisión; brillaron sus periodistas y presentadores, en especial Alejandra Villamizar y María Lucía Fernández. La radio quedó relegada a la facilidad para consumirla, pero sus transmisiones ya no tienen el brillo, ni la espectacularidad informativa de días ya lejanos.

El candidato a la presidencia Rodolfo Hernández al descalificar los debates de televisión y negarse a asistir a ellos, tiene razón. Esos debates son más un reality show que un elemento importante para definir por quien votar.

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EL TRASTEO

EL TRASTEO

Eligio Palacio Roldán

Siempre quiso cambiar de casa, pero no de esa manera. Lo había hecho de afán, no recordaba muy bien por qué; quizás fue la guerra, una tragedia anunciada que se cernía sobre la zona que habitaba, una amenaza, su locura o el desamparo que produce la enfermedad y la vejez. Lo cierto es que allí abajo estaba el vehículo que lo llevaría a esa nueva vida y él no estaba preparado para marcharse.

Como pudo recogió parte de sus cosas, las que primero vio o las que más le dolían. No todas, muchas se quedaron esparcidas por el piso o guardadas en lugares que ni recordaba. El descenso fue difícil, las piernas no le respondían y desde el vehículo lo acosaban. No había tiempo, era necesario marcharse ya.

Recorrió pequeños montículos que se le antojaron montañas. En el momento de subir al carro, donde dos pares de ojos fríos y despiadados lo esperaban, vio en la parte más alta de su jardín la caja que contenía sus libros, como pudo se arrastró hasta allí enfrentando el peso de su cuerpo y la presión que le hacían desde el vehículo. A punto de alcanzarlos rodó cuesta abajo y solo despertó a la entrada de su nueva casa.  Allí no había lugar para él, aunque sabía tenía parte en ella. Le tocó alojarse en la buhardilla, pero su peso, ese peso que le dificultaba el movimiento no le permitió alcanzarla.

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