COVID-19 DOS AÑOS DESPUÉS

COVID-19 DOS AÑOS DESPUÉS

Eligio Palacio Roldán

Que “veinte años no es nada” es verdad, mucho menos lo son dos; eso sí, después de quedar en el recuerdo, por ahora han sido largos y complejos en Colombia y en todo el mundo. Además de miles de muertos, la pandemia del COVID-19 deja una profunda crisis económica y social de la que será difícil reponerse, máxime si se transita hacia una guerra mundial de impredecibles consecuencias.

En nuestro país, como consecuencia de la pandemia, han dejado de existir 139.595 personas de 6.084.240 contagiados, mientras en toda la tierra han sido 6.13 millones de muertos de 482 millones de contagiados; cifras que dejan centenares de familias con recuerdos tristes de lo que fue el paso del coronavirus sobre la tierra.

La crisis económica desatada como consecuencia del aislamiento por el COVID-19 es alarmante en todo el mundo. En Colombia, por ejemplo, el precio del dólar pasó de $3.277,14 a comienzos de 2020 a 3.981.16 en los inicios de 2022 con picos de 4.153.91 en marzo 20 de 2020, cuando oficialmente comenzó la pandemia, 4.070 en diciembre 31 de 2021 y 4.082.75 el 03 de enero del presente año

Por su parte, el Coeficiente de Gini pasó de 0.497 en 2019 a 0.538 en 2021, ubicando a Colombia como el segundo país más desigual de América Latina después de Haití. Este jueves, en un informe de la OCDE, se conoció que, por la pandemia, los colombianos más pobres perdieron cerca del 30% de sus ingresos.

En el mismo orden de ideas, la inflación, que mide el incremento de precios al consumidor o mirado de otra manera la pérdida del poder adquisitivo de los colombianos pasó del 3.8% en 2019 al 5.62% en 2021 y a febrero de 2022, anualizada, supera el 8% siendo una alarma para las autoridades económicas y una herramienta política para los opositores al gobierno.

Afortunadamente, el empleo comienza a dar señales de recuperación, aunque la tasa de desempleo se ubicó en el 12.9 por ciento en febrero pasado. Para hacerse una idea de la crisis desatada por la pandemia, este indicador fue del 10.5 en 2019, 13.7 en 2020 y 15.9 en 2021.

Hay otras variables importantes de medir con el paso de la pandemia; una de ellas, la salud mental. Según el DANE “la preocupación se incrementó en coincidencia de los picos de la pandemia y el estado de ánimo empeoró. Son las personas de 10 a 24 y de 25 a 54 años las que manifestaron sentimientos de preocupación o nerviosismo, “cansancio”, “soledad”, “tristeza”, “dolores de cabeza o estomacales” y “dificultad para dormir” en mayor proporción”; el número de suicidios entre el primero de enero de 2020 y el 30 de junio de 2021 ascendió a 3.672 víctimas.

Al comenzar la crisis desatada por el COVID-19 los analistas, los líderes espirituales y religiosos y las gentes del común afirmaron que esta sería la transición hacia una sociedad más humana, más solidaria, más comprometida con el otro, más sana. Esta no parece ser la realidad, aunque, quizás, cuando pase el tiempo y todos los acontecimientos se vean con la perspectiva de la distancia, encontraremos una sociedad transformada para bien. Por ahora, cunde el desespero y los humanos no tenemos la cabeza fría para tomar las mejores decisiones.  Lamentable que esta tensión, esta crisis, coincida con un año electoral.

Después de dos años del comienzo de la tragedia del COVID 19, es bueno sentarse, respirar profundo y tratar de entender como fue el recorrido por este lapso que pasará a la historia como el de “Los Tiempos del Coronavirus”.

ANTES DEL FIN

Deprimente “la nueva forma de hacer política” de los candidatos con mayor opción para ocupar la presidencia de Colombia, poco diálogo consigo mismo, con el pueblo; solo transacciones con los negociadores de la política de todos los tiempos. ¡Pobre país!

Está por concluir la novela Arelys Henao “Canto por no Llorar”, una manera inteligente y educadora de narrar la cruda realidad del día a día de los colombianos.

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EL MEDELLIN DEL DÍA DESPUÉS

EL MEDELLIN DEL DÍA DESPUÉS

Eligio Palacio Roldán

Quienes transformaron el Parque de los Deseos en el de la Resistencia tal vez ignoran que el resto de la ciudad está resistiendo estoicamente sus abusos, la peste y el egoísmo de sus gobernantes.

He vivido los últimos 17 meses en el campo tratando de escapar de la pandemia del Coronavirus, en una afortunada experiencia que no creí tener antes de la jubilación; ahora de regreso a la ciudad, de manera más habitual, he tenido una sensación similar a la de los personajes de la película El Día Después en sus últimas escenas.

Muy dramático, dirán algunos de los lectores, pero es que me he encontrado una Medellín distinta y, la verdad, muy distante de la ciudad de la que salí huyendo de la peste. Hay que decir que el progreso no se detiene, pero la construcción de puentes sobre la ruta a mi casa, a pesar de ser necesarios y una excelente decisión para mejorar la movilidad y con miras al ansiado Metro de La 80, no dejan de acentuar la sensación de destrucción.

Y es que esa, la destrucción, es la visión que me invade: locales cerrados o protegidos de las turbas de manifestantes con láminas metálicas o de madera que esconden el esplendor de otros días, mendicidad en crecimiento, transporte caótico, buses semivacíos, restaurantes cerrados para siempre, serenatas en los barrios a medio día, zonas verdes descuidadas invadidas por la maleza, basuras dispersas por calles y avenidas. Otros escenarios, como los restaurantes y bares que sobrevivieron, llenos más que antes con gentes desesperadas tratando de recuperar la alegría de ayer y muchas caras tristes y preocupadas.

Impactan especialmente el que fuese El Parque de los Deseos, antes lleno de jóvenes enamorados y estudiantes, convertido en el de “La Resistencia”. También, la belleza de la antigua Estación del Ferrocarril en La Alpujarra oculta tras las latas que la protegen de los vándalos; pero es que ¿cómo puede resistir una ciudad tantas pandemias a la vez?

A la pandemia del COVID-19 le sucedió pobreza y muerte y con ellas convivieron las protestas entre sociales y políticas, pacíficas y violentas, razonables y destructivas y un gobierno local más preocupado por su proyección nacional y su ambición de poder que por la misma ciudad que gobierna.

Ahora, como nunca, como El Día Después, es necesaria la unión de todos los estamentos sociales, económicos y políticos para salir de la crisis. Sin embargo, ésta parece imposible como lo es en el ámbito nacional porque priman las ambiciones personales sobre el espíritu de servicio hacia una comunidad necesitada hoy más que nunca.

Quizás la historia describa el egoísmo de la clase dirigente de nuestros días o tal vez no lo haga y como la memoria es frágil, esa sociedad que los padece los reelija una y otra vez para diferentes posiciones en el ámbito nacional.

Quienes transformaron el Parque de los Deseos en el de la Resistencia tal vez ignoran que el resto de la ciudad está resistiendo estoicamente sus abusos, la peste y el egoísmo de sus gobernantes.

ANTES DEL FIN

Apenas comienzan las secuelas del COVID-19, las dificultades del sector lácteo y avícola son una muestra de lo que nos espera.

Caracol que se duerme se lo lleva la corriente. De verlo repetir y repetir, la audiencia se cansó y se fugó para RCN.

Y en Caracol Radio nadie se da cuenta del fracaso del nuevo 6AM Hoy por Hoy.

¡JÓVENES! ¡JÓVENES! ¡JÓVENES!

¡JÓVENES! ¡JÓVENES! ¡JÓVENES!

Eligio Palacio Roldán

“La juventud anuncia al hombre como la mañana al día”

John Milton

¡Jóvenes! ¡Jóvenes! ¡Jóvenes! Jóvenes de todas las formas, bellezas y colores hay por doquier ahora en Colombia. Se hicieron visibles con las protestas y parecen ser todos víctimas de un sistema injusto que no fue capaz de crear las condiciones necesarias para su crecimiento personal y profesional. Pero no hay tal, o no para todos.  

Los 11.5 millones de jóvenes que hay en Colombia, un 26% de toda la población, al igual que el resto de los humanos, se pueden clasificar de diversas maneras, más allá de su apariencia física. Los hay fuertes, arriesgados y triunfadores con o sin adversidades en su historia personal; derrotados sin apenas comenzar la batalla; vencidos en la guerra injusta del capitalismo o atrapados en un socialismo innato en el que pretenden que todo se los den pues se consideran merecedores de lo humano y hasta de lo divino. ¿Qué puede marcar la diferencia entre unos y otros? Sin duda la formación.

Hablo de la formación desde el hogar, el colegio o desde el mismo medio social que los abriga. Formación que indefectiblemente ha cambiado, a grandes pasos, de generación en generación; esos cambios conducen cada vez más, o al menos en Colombia, al dinero como símbolo de grandeza y a la pérdida de otros valores como el sacrificio, la solidaridad o la espiritualidad. Obviamente, esto se potencializa con una sociedad de consumo muy influyente, unos medios de comunicación poco conscientes de su responsabilidad social y una educación cada vez más precaria.

En la formación de los jóvenes tiene mucho que ver, desde luego, el estado. Un estado que ha dejado gran parte de la responsabilidad en un magisterio que, también, ha perdido en gran parte sus valores y olvidó su responsabilidad frente a las nuevas generaciones. En deuda quedaron además los padres que sucumbieron ante la misma sociedad de consumo que privilegia el parecer sobre el ser.

En medio de una crisis económica y social como la que afronta el país, desatada por el coronavirus y la acumulación de frustraciones en parte de la juventud, el gobierno debe enfocar sus esfuerzos en fortalecer la educación y rescatarla de las manos de Fecode, una organización sindical que ha hecho más mal que bien de acuerdo con los resultados que saltan a la vista, y en la generación o consolidación de proyectos productivos, de emprendimientos. La estrategia de ingresos solidarios nos acerca peligrosamente a las políticas de otras naciones como Cuba donde los jóvenes, adultos y ya adultos mayores se acostumbraron a no trabajar porque el estado les brinda todo, aunque sea poco, y a eso, precisamente a eso, juegan ahora muchos colombianos que pretenden que el gobierno les cubra todas sus necesidades y deseos sin hacer el mayor esfuerzo.

Con la cultura del odio, como estrategia política, cimentada desde los centros educativos e incluso desde el hogar, los jóvenes colombianos serán más desgraciados que sus mayores. Es hora de invertir, también, en la salud mental de toda la sociedad.

ANTES DEL FIN

Escribiendo estas notas recuerdo a Reymington Rojas, guía en Caño Cristales y La Macarena, y en la difícil situación que afronta él y el sector turístico del país. Cuando la pandemia cese es un deber de colombiano recorrer los rincones de Colombia y resarcir en algo estos momentos difíciles. También pienso en quienes transformaron su vida alrededor del turismo en la Comuna 13 de Medellín y por la pandemia retrocedieron varios años en su camino hacia la prosperidad. Es necesario apoyarlos desde el emprendimiento.

“Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!”

Rubén Darío

MIENTRAS VA LLEGANDO LA NOCHE… LA TENEBROSA NOCHE.

MIENTRAS VA LLEGANDO LA NOCHE… LA TENEBROSA NOCHE.

Eligio Palacio Roldán

Entre la melancolía y el temor, poco a poco, las sombras se van apoderando del entorno. Atrás quedó el brillo del amanecer y el esplendor del medio día. Aunque bello, el ocaso es triste per se. En el campo ya no está la frescura que deja el rocío a su paso, en las mañanas,  ni se siente la alegría de los cantos de las aves; tan solo, se escucha la estremecedora ululación de los búhos generando en el imaginario la aparición de los fantasmas.

Igual al día es la vida… Y, también, en medio de la melancolía y el temor, poco a poco, las sombras se van apoderando del entorno. Fácil, sí, muy fácil entonces, construir teorías como las de la reencarnación en donde hayan otros amaneceres y otros atardeceres. Pero mientras tanto, mientras va llegando la noche… la tenebrosa noche, el humano se tiene que desprender de las miles de adherencias que construyeron su historia, que lo construyeron a él. Hablo, desde luego, de quien tiene la capacidad de enfrentarse a su ocaso; porque quien no la tenga quizás encuentre formas más sutiles como la inconciencia, la demencia o el alzhéimer.

¿Cómo prepararse para el ocaso, para la noche que llega? ¿Acercarse a Dios? ¿Esperar un nuevo amanecer, quizás en otra dimensión? ¿Buscar un refugio como los animales domésticos? O, tal vez, nada, solo dejar que llegue y le diga adiós al día.

En los Tiempos del Coranavirus, la noche llegó antes de tiempo para miles de personas. Fue, y es todavía, como un eclipse que se precipitó sobre la humanidad. Se escuchó, antes de tiempo, “la estremecedora ululación de los búhos generando en el imaginario la aparición de los fantasmas.”  Y la noche llegó. Ojalá la experiencia sirva para transformar el ser humano del siglo XXI, transformarlo para bien de las generaciones pos Covid-19. Aunque, analizando el presente, pareciera poco probable que esto ocurra. Los humanos seguimos siendo tan egoístas como siempre; las vacunas son otra muestra de desigualdad, enriquecimiento a costa de los más pobres y corrupción, en toda la tierra.

ANTES DEL FIN

A las empresas, las organizaciones y los gobiernos también les llega la noche, incluso de manera más acelerada que a los humanos. Es entonces cuando quienes están al frente  de ellas hacen esfuerzos por dejar su nombre en alto. No sucede lo mismo con los empleados y los humanos que “se echan a morir”, con contadas excepciones, cuando su final está cerca. Qué bonito sería, poder trabajar en esos últimos días en dejar los mejores recuerdos.

El gobierno de Iván Duque entra en el ocaso, los ocasos de los gobiernos comienzan casi que antes del mediodía. Este fue el gobierno de Los Tiempos del Coronavirus. Enfrentar la pandemia fue más que suficiente. Gracias presidente.

Le invito a ver TRAS UNA LUZ (VIDEO) https://eligiopalacio.com/2015/07/11/tras-una-luz-video/

“AGUAS QUE LLOVIENDO VIENEN, AGUAS QUE LLOVIENDO VAN…”

“AGUAS QUE LLOVIENDO VIENEN, AGUAS QUE LLOVIENDO VAN…”

Eligio Palacio Roldán

Las primeras imágenes de la lluvia llegan a mi mente más cargadas de bruma de lo que quizás realmente fueron. Un calorcito adentro de la casa y un exterior lleno de la magia del granizo, la neblina y los arroyos sobre la hierba, en las montañas de Antioquia. Tal vez ese fue el origen de mi fascinación por el frío, la nieve y los ambientes grises. Era una mezcla de éxtasis, por la belleza de las escenas, y de terror a  los rayos y  a ese fantasma, que se hace realidad en cientos de poblaciones, del Diluvio Universal.

El agua, que se origina en la lluvia, hace parte junto con el aire, el fuego, la tierra y el vacío de los cinco elementos constitutivos de la naturaleza. El fuego y el agua, en forma de lluvia, son los más notorios pues los otros se vuelven paisaje.  Por separado generan bienestar o catástrofes según su intensidad pero el agua termina dominando al fuego, en caso de encontrarse en el mismo punto geográfico.

Pero, ¿Qué es la lluvia, además de agua que cae de las nubes, o del cielo como creen gran parte de las gentes? La posibilidad de que los nutrientes se diluyan para las plantas y se genere alimento para los demás seres vivos, la “gasolina” del mundo, podría decirse. El origen de los ríos y del agua para calmar la sed de los animales y el hombre. Pero más allá de todo eso, el escenario perfecto para encontrarte contigo mismo y quizás con Dios.

Que la lluvia es propicia para la melancolía, es verdad. También lo es que esa misma  melancolía, bien canalizada, genera el pare que todo ser humano debe hacer para reflexionar, evaluar y redireccionar su trasegar por la existencia. Nada como el sonido del chocar del agua contra el piso para inspirarse, escribir, solucionar dificultades e incluso para dormir.

Para el final del año 2020, el año de la pandemia del Coronavirus, se  anuncia el llamado Fenómeno de la Niña como generador de dificultades y tragedias. No hay tal, la causa de ellas no ha sido ni será la lluvia sino la falta de planeación para el uso de los suelos y en especial para las edificaciones en veredas, pueblos y ciudades y la imprevisión de las autoridades a quienes cualquier fenómeno de la naturaleza, por anunciado que sea, los toma por sorpresa. Otra vez, las lluvias, serán protagonistas en titulares de prensa, para los ávidos consumidores de morbo, y poco reconocidas por sus beneficios para cuerpos y espíritus.

En vez de preocuparse por las lluvias, lo mejor sería recibirlas con alegría como lo hacían los antepasados indígenas, como lo hacemos los campesinos, o como lo hacen los habitantes de la región del Orinoco: bailando al son del Galerón Llanero… “Aguas que lloviendo vienen, aguas que lloviendo van, galerón de los llaneros es el que se bailará”.

ANTES DEL FIN

“Se les dijo, se les advirtió, se les recomendó que se cuidaran. Que el COVID-19 era una pandemia peligrosa. ¿Y qué hicieron? Se pasaron la advertencia por la faja, desatendieron el mortal consejo. ¿Y saben cómo quedaron? Con el sistema de salud colapsado sin poderlos atender, y centenares de muertos por todo el país.”  Inolvidable Hebert Castro

Primera Navidad, primera navidad… en aislamiento.  

LA LÁSTIMA LASTIMA

LA LÁSTIMA LASTIMA

Eligio Palacio Roldán

Por favor no me quieran tanto.

Desde que comencé a escribir, en esta página, he tenido dos grandes preocupaciones: una, la objetividad que tengo claro no existe y, dos,  que a quienes me lean no les logre hacer entender lo que quiero decir. Para tratar de entendernos, los humanos, logramos una especie de acuerdo para nombrar las cosas en lo que se llama el lenguaje. Sin embargo estas convenciones no son tan fáciles como parece para quien transmite y para quien recibe el mensaje; de ahí que acuda frecuentemente a la Real Academia de la Lengua Española para utilizar las palabras adecuadas en lo que quiero decir.

Hoy traigo dos palabras, lástima y lastima, que utiliza mucho el gran sicoanalista Juan Fernando Pérez, así: “Recuerde, siempre, que la lástima lastima”. Lástima se define como enternecimiento y compasión excitados por los males de alguien; lastima no se encuentra como tal en el diccionario, lastimar se define indistintamente como herir, hacer daño, compadecer y dolerse del mal ajeno. En esta columna, lástima se definirá como lo hace la Real Academia y lastima como hacer daño.

Hace un año estuve en La Habana, Cuba, y me encontré un pueblo mendicante. Muchos me hablaron de su sufrimiento, otros de la pereza de las gentes que acuden a inspirar  lástima, por parte de los turistas, como estrategia para conseguir dinero, llevando una vida desgraciada. Algunos hablaron de que, en gran medida, el fracaso del país se debía a que la gente se acostumbró a que el estado le brindara lo básico y que lo había convertido en un pueblo sin ambición, sumergido en el alcohol como único medio para pasar los días, los años, la vida misma. En Colombia, pasa algo similar: algunos, por ejemplo, les piden a sus patronos no afiliarlos a la seguridad social porque perderían los beneficios del estado, a través del Sisbén, “es mejor ser pobre que rico”; ni hablar de la “industria” de la mendicidad que crece,  de semáforo en semáforo, en cada ciudad  y se incrementa, a grandes pasos, con la pandemia del coronavirus. Muchos se sentaron, literalmente, a esperar las ayudas del gobierno, o se agazaparon, de manera corrupta, para recibir auxilios que no necesitan.

Pero lo que ocurre en los estados capitalistas o socialistas, indistintamente, es una radiografía de lo que sucede en los hogares. Muchos padres creen que brindarles amor a los hijos es encerrarlos en una burbuja para que no sufran, no les pase nada y “no tengan que pasar por lo que yo pasé”. Entonces, los nenes, no se tienen que estresar, no tienen que producir, porque tienen unos padres que hacen hasta lo imposible por complacerlos porque “qué lástima de mi muchacho”.

Ni en los estados ni en los hogares, se han dado cuenta que la lástima lastima y que en vez de ayudar al ser humano y a la sociedad a ser más felices, están generando un mundo de inútiles, víctimas de la depresión, con baja autoestima y pocas herramientas para luchar contra la adversidad. Tal vez, las nuevas generaciones, deberían gritar a sus familias y a sus estados, en medio de marchas multitudinarias, la frase con la que iba a titular esta columna: Por favor no me quieran tanto.

ANTES DEL FIN

La historia contará que los gobiernos locales y nacionales de comienzos de la tercera década, del siglo XXI,  solo alcanzaron a medio afrontar la crisis. Nada más.

Irresponsables los colombianos frente al coronavirus. Inauditos los llamados de diferentes estamentos de la sociedad a las aglomeraciones, priman los intereses económicos y políticos sobre la vida. Y  las gentes pasaron de temerosas a temerarias.

Llegó la época más feliz del año, la Navidad. Ojalá la irresponsabilidad, en el manejo del COVID-19, no la convierta en el peor recuerdo para las generaciones que permanezcan poblando la tierra.

LA SOLEDAD

LA SOLEDAD

Eligio Palacio Roldán

Hace algunos meses encontré el tema musical Solitario, del compositor ecuatoriano Tomás Abilio Bermudez, en la mejor interpretación que, a mi juicio, ha hecho el cantante colombiano Raul Santi, de canción alguna.  La melodía, sobre la que produje un video (https://eligiopalacio.com/2020/08/11/solitario/) es una oda al despecho y, como se dice,  “para cortarse las venas”. Aquí su letra:

“Por tu amor que fue ilusión y desventura,

Fracasaron para mí todos mis sueños.
Me negaste tu cariño y tu ternura,

Para hundirme en el castigo del tormento.
Solo y triste me verás hasta que pueda,

Arrancarte de mi pecho con el vino.
Solitario me verás hasta que muera,

Maldiciendo mi desgracia y mí destino.
Mala suerte me trajeron tus amores,

Me dejaron sólo angustias en el pecho,

Hoy por ella yo emborracho mis dolores,

Hoy por ella solitario yo me muero.”

El  23 de agosto, se cumple el segundo aniversario de la muerte del ser que más he amado en la vida: Mi mamá. La ausencia definitiva de un ser querido genera una soledad similar a la de un amor imposible. Aunque, obvio, más dolorosa.

Esta semana, alguien me hablaba de la soledad y de su profundización en tiempos del Coronavirus. Decía sentirse triste, sin saber qué hacer en ese tiempo de silencio, de poca actividad social. Los años habían pasado sin conformar una familia.

Las tres clases de soledad descritas son diferentes. La primera nace del desamor de alguien en específico, la segunda de la muerte de los seres queridos, y la tercera de no haber conformado una familia. La real academia de la lengua define  la palabra soledad como “carencia voluntaria o involuntaria de compañía” y “pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo”.

En cualquiera de los casos hay que ver, comprender y concluir, desde la esencia, que la felicidad no puede depender del Otro, así ese Otro te genere alegrías  o tristezas o se le ame con intensidad. También, que hay que construir una vida teniendo como protagonista el ser único que se encarna y trasegar por el mundo en un continuo aprendizaje con emociones de todos los matices. Para lograrlo, hay infinidad de cosas por hacer. La primera, conocerse a sí mismo, en toda la dimensión humana: fortalezas, debilidades y perversidades  y a partir de allí identificar una o varias pasiones que te permitan vibrar al unísono con ellas y con el universo. Obviamente eso no se consigue de la noche a la mañana, se requiere esfuerzo, trabajo y técnicas que van desde la sicología, el sicoanálisis, la meditación o la programación neurolingüística, entre otras. También la oración, dicen algunos. Eso sí, cualquiera sea la metodología, lo importante es no alienarse para escapar a la realidad como lo pretende hacer, en el vino, el protagonista de la canción.

La pasión se puede encontrar en la lectura, la escritura, la música o las artes manuales. En los viajes. En vivir cada amanecer y/o cada atardecer. En fin, en el solo hecho de observar y observarse. En sentir a los seres y cosas que te acompañan en el viaje de la vida. La soledad es la mejor oportunidad para despertar los sentidos: vista, oído, gusto, olfato, tacto para disfrutar el entorno; de conocer el ser maravillo que eres y el cuerpo que habitas.

A quienes le temen a la soledad, solo les queda un camino: enfrentarla. Seguro encontrarán elementos positivos y alegres para vivirla. No se puede perder la posibilidad que nos da la vida, en tiempos del coronavirus, para sentirla, disfrutarla y perderle el miedo.

ANTES DEL FIN

También yo le temí a la soledad y sobre todo en el campo. Ahora descubro que no hay nada más fascinante que ello. Llegó el tiempo, por ejemplo, de comprender a los ermitaños. La naturaleza ofrece una gran cantidad de posibilidades de comunión con el universo.

Con el tiempo he ido descubriendo que es mejor no saber mucho de lo que sucede alrededor. Las posibilidades de ayudar son mínimas, como decía mi madre. Entonces, ¿para qué torturarse con miles de noticias desafortunadas que nos ofrecen los medios de comunicación, a cada instante?

VACUNAS, POLÍTICA Y RELIGIÓN

VACUNAS, POLÍTICA Y RELIGIÓN

Eligio Palacio Roldán

En la sala de espera la familia oraba obsesivamente, pidiendo a Dios, por la salud de don Antonio. El médico había llamado a su esposa: era necesaria una transfusión de sangre y se requerían donantes. Virgelina cerró sus ojos, con fuerza, conteniendo las lágrimas. “No doctor”, dijo. “La sangre es sagrada” puntualizó. Pertenecían a la corriente religiosa Los Testigos de Jehová.

La historia de esta familia, que dio origen a la muerte de don Antonio, luego de un accidente de tránsito, hace varios años, viene a cuento por la noticia de esta semana sobre la entrada en producción, en Rusia, del primer lote de vacunas contra el COVID-19, EL Spútnik V. Ante el anuncio, los medios de comunicación y las redes sociales hicieron “su agosto”, en agosto, y hasta fue tema del día en La W Radio. Como siempre, la opinión pública se dividió en Colombia y muchos ciudadanos mostraron su desconfianza y manifestaron no someterse jamás a una vacuna de origen ruso.

“La religión es el opio del pueblo”, dijo Carl Marx hace más de un siglo sin presentir que, con el tiempo, sus teorías darían pie a movimientos políticos tanto o más alienantes que la propia religión.

La religión y la política han dejado inmensas huellas de sangre en la historia de la humanidad, desde que se tenga memoria. No solo son el origen de las guerras sino de historias tan horrendas como las de la inquisición y el holocausto. En la religión, la obsesión por imponer un Dios sobre los demás ha sido el problema; en la política, la de imponer un sistema de producción y de gobierno. En ambos casos, el conflicto se presenta por el deseo de imponerse sobre el otro, de manipularlo y utilizarlo, creyendo que la verdad individual es la única sobre el universo.

Las teorías políticas de izquierda y derecha se trasformaron en cuasi religiones sin matices, en unas verdaderas sectas. Por estos días se cumplen los 75 años del fin de la segunda guerra mundial, pero esta sigue viva, con otras batallas. Una de ellas, la obtención de la vacuna contra el coronavirus.

En Colombia, la política ha sido un opio peor que el de la religión. Desde 1810 hasta nuestros días, desde Bolivar y Santander hasta Uribe y Santos, las batallas políticas se han sucedido una tras otra dejando a su paso miseria y muerte y estropeando posibilidades de bienestar y desarrollo para la sociedad. Los seres humanos en general y los colombianos en particular parecemos estar muy lejos de alcanzar un acuerdo “sobre lo fundamental” como pidiera alguna vez el inmolado dirigente político Álvaro Gómez Hurtado.

Las sectas religiosas, las sectas políticas, parecieran ser cosa del pasado, para algunos, pero no hay tal; o por lo menos en Colombia. Las nuevas generaciones están más alienadas, con mayor disposición para la confrontación, con menor capacidad de análisis. Más primarias. Más manipulables. Uno pensaría que la solución está en la educación pero no parece ser cierto. La sociedad actual se ve involucionar y, al menos en el papel, está más educada.

Ahora no será la religión la que impida la muerte de algunos colombianos, será la política. Para algunas sectas el aplicarse o no la vacuna dependerá del origen de la misma, de un país de izquierda o derecha. ¡Que vaina!

ANTES DEL FIN

Un día, viajando en un bus, una conversación entre dos mujeres me despertó de un microsueño:

  • “Lo que hace que encontré a Dios la vida me cambió totalmente.
  • Si querida. Es verdad. Y la forma en que nos envía los mensajes es extraordinaria. Mira yo me mantenía pegada de esas telenovelas.  ¿Y sabes que me pasó?
  • ¿Qué?
  • Pues me dañó el televisor para que no siguiera en pecado. ¡Las maravillas de Dios, mija!”
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