LAS VACAS… EN LOS TIEMPOS DEL CORONAVIRUS IX

LAS VACAS… EN LOS TIEMPOS DEL CORONAVIRUS IX

Eligio Palacio Roldán

IMG_20200412_075345

Érase una vez una vaca llamaba Dora, a la que quería mucho. Dora era muy linda pero no rentable: producía poca leche y era difícil que volviera a estar preñada. La decisión… fácil: el degüello. Esa decisión, sin embargo, fue compleja. Me es difícil aceptar la muerte de algún ser y máxime si yo estoy implicado en ella.

En las vacas, la belleza no importa, ésta sucumbe ante la productividad. Primera enseñanza para la vida de las empresas; obviamente no estoy pidiendo que ejecuten a nadie, pero la selección natural debe ser igual a la que se da con los animales. Muy difícil, en esta sociedad de mercado, la belleza vende y sostiene a las gentes en sus cargos, aunque parezca increíble.

El jueves había que trasladar, a Dora, para el lote de ganado en producción con miras a facilitar su embarque. Ella marchó feliz por el camino que conduce a la sala de ordeño, con ansias de degustar el concentrado, sin saber su próximo y triste final. Nadie sabe en la vida que es bueno y que es malo, a Dora le habría convenido continuar en el lote de vacas horras, así viviera en peores condiciones que las que están en producción. “A veces es mejor ser pobre que rico” y en este mundo nunca se sabe si un suceso es bueno o malo, la respuesta solo se encuentra pasados muchos años. El viernes subió alegre al camión que la llevaría al frigorífico, ante la mirada atónita de quienes observábamos. Seguramente esta semana estará alimentando a algunos colombianos.

Puede ver LA VIDA NO VALE NADA… NO VALE NADA LA VIDA https://eligiopalacio.com/2017/11/02/la-vida-no-vale-nada-no-vale-nada-la-vida/

En los tiempos del coronavirus, en el aislamiento, la percepción se agudiza y más si estás en el campo, de cara a la naturaleza. En mi caso, he estado mirando el comportamiento de los seres a mi alrededor; en especial de las vacas: lo primero su triste mirada, su continuo rumiar y la ansiedad que manejan frente a la comida; con una semoviente que descubra un potrero fresco es suficiente para que todas salgan en estampida, es como si se comunicaran solidariamente aunque entre ellas también hay peleas y no solo por el alimento.

Puede ver ENTREVACAS https://eligiopalacio.com/2017/07/25/entrevacas/

Uno de los momentos más dramáticos en la vida de las vacas es cuando las separan de su cría: hay dolor y rabia manifiestos en sus melancólicos mugidos y en la persecución de su ternero, ya en manos de humanos. Pero, a diferencia de estos, olvidan pronto: transcurrido solo un día, pasan al lado de su cría y no la reconocen. Al que no olvidan y ven con alegría es a quien les brinda alimento; en eso son similares a los niños. Bueno, a todos los humanos: reaccionamos ante el estímulo. Los terneros son mucho más fuertes y despiertos que los bebés al nacer: de una vez caminan y enfrentan su mundo.

A más y mejor alimento más leche. También similares a los hijos, los empleados y en general quienes dependan de otros: dan más de sí mientras más estimulados estén. La única diferencia, quizás, sea la automotivación. O por lo menos, es al único aspecto al que el hombre le puede trabajar desde el interior.

ANTES DEL FIN

Las crisis económicas exacerban los ánimos y generan mayores conflictos. Mucha calma a nivel de los hogares, mucha calma a nivel de la nación. La realidad es cruel y no es el momento para demagogias ni para creerle a los falsos profetas de la religión, la economía y la política. Tampoco para vivir en medio del virus de la corrupción, mucho más violento y letal que el COVID -19.

Este domingo es el día de la madre… “Todos tienen una madre, ninguna como la mía….”. Allá en el cielo.

 

Anuncio publicitario

LA REINA

LA REINA
Eligio Palacio Roldán

El Viajero miró fijamente, por inmensos instantes, aquellos grandes ojos, a veces grises, a veces negros. Los miró extasiado como ayer, cuando la amó sin límites y sin esperanzas. Después descubrió sus hermosas cejas pinceladas, en medio de las arrugas que trataban de robarle la belleza.

La mujer se sintió nerviosa, palideció, mientras disimuladamente depositaba el pan en la vitrina. No era la primera vez que era sorprendida tratando de robar el alimento, muchas veces la había hecho en los últimos años desde cuando su tercer esposo, mucho menor que ella, la abandonó llevándose los restos de su fortuna.

La historia de esta mujer quizás inspiró la canción Oropel… “Si apuestas al amor, cuántas traiciones, cuántas tristezas, cuántos desengaños…”

El Viajero la recuerda en su juventud: altiva, orgullosa, incluso prepotente, pero cargada de dulzura.  Le parece verla, ahí, en la carroza, con aquel traje verde y su pelo negro caer libremente sobre su desnuda espalda, su intensa mirada devorándose el universo  y los fans rodeándola y gritando en coro: la reina, la reina, la reina…

Después varios matrimonios marcados por el misterio. Por la tragedia.

Llovía aún en esa mañana de abril cuando llegaron con la noticia: el esposo de La Reina había muerto. Murió electrocutado por un rayo, en medio de la tormenta,  junto a dos marranas de cría. Nunca se supo por qué su cuerpo apareció desnudo. Algunos dijeron que casi todas las noches amanecía por fuera de su casa, por fuera de su cama.

Varios años después, en la plaza del pueblo, cubierta por la neblina, los corrillos de gente comentaban los hechos de la noche que aún no terminaba. El segundo esposo de La Reina, estaba tendido en la calle, que conducía a El Altico, con tres disparos en su cuerpo. Había sido sorprendido, en la cama del vendedor de legumbres, aquella madrugada, cuando el hombre retornó a su casa para despedirse de su esposa.  Los vecinos escucharon los gritos de la mujer y vieron un hombre correr, desnudo por la calle, hasta que las balas detuvieron su carrera, para siempre.

Para siempre, también, se marchó  el tercer esposo de La Reina. Un día, montó su caballo y desapareció. Los habitantes de los alrededores del río, dijeron que al cruzar el puente lo esperaban una mujer muy joven y un carro que los llevo al pueblo vecino; las gentes, que llevaba un talego repleto de monedas de oro.

La reina desapareció por muchos años. Que había enloquecido, dijeron. Cuando regresó, su belleza ya estaba marchita. Vivía sola, en una pequeña casa que perteneció a su abuela, en las afueras del pueblo. En las tardes vestía su largo abrigo negro y su collar de perlas, testigos de años de esplendor, visitaba la iglesia y, luego, robaba algún pan para comer.

A %d blogueros les gusta esto: