LA LLEGADA DE LA ANSIADA AURORA BOREAL
Eligio Palacio Roldán





En la noche del sábado 12 de febrero de 2022, luego de 12 horas de viaje en el tren panorámico, desde Anchorage hasta Fairbanks, en Alaska, estuve en otro intento fallido por ver la Aurora Boreal, de la mano de mi guía Arturo Herrera, de Alaska Latin Tours, un mexicano residente en Estados Unidos desde hace más de veinte años, siempre afable, conversador y dispuesto a acompañarte en tus aventuras. Las imágenes del cielo, y la tierra, eran las mismas de mi primer intento en Finlandia: mucha nieve y cielo nublado.
El domingo 13, en la mañana mientras esperaba la supuesta salida del sol, que nunca había tenido la oportunidad de ver en el invierno del polo, pensaba que regresaría a Colombia con otra frustración más y que lo mejor sería desistir de mi deseo. En la tarde, le expresé mis dudas al guía y la posibilidad de permanecer en Fairbanks y no continuar con el tour previsto para esta semana. Pensaba que lo importante era el objetivo y no un paseo en otras actividades que, a pesar de ser muy atractivas, eran para mí secundarias.
La previsión del clima indicaba unas tres horas en la noche sin nieve y eso me entusiasmó; sin embargo, en el hall del hotel la recepcionista miró el pronóstico de auroras e indicó una posibilidad del tres por ciento. A las ocho de la noche el guía me recoge y me anima a continuar en la caza de auroras boreales, a pesar de mi pesimismo. Pesimismo que a pesar de estar presente en muchos proyectos en mi vida no me hace desfallecer en la lucha por hacerlos realidad.
Después de una hora u hora y media de viaje, en la cima de una montaña, a una temperatura de -18°C nos dimos a la tarea de esperar. De pronto una leve brizna se esparció por el cielo partiéndolo en dos y haciendo juego con el blanco de la nieve sobre el piso.
De ahí en adelante, fue tiempo de locura: la cámara como instrumento de transmisión de sensaciones, los pies hundiéndose en la nieve, el frío intenso, el dolor paralizante en las manos que impedía oprimir el obturador, ir hacia el carro a normalizar la temperatura, no querer estar ahí, desafiar el frío una y otra vez, correr de acá para allá, pedirle al guía y a los demás turistas tomar fotos, querer transmitir lo indescriptible en presencia de la mejor fuente de información para un periodista, hablar el lenguaje de la emoción con gentes de diferentes lenguas, la conexión con los seres de ésta y de otras dimensiones, con el universo, con Dios.
En fin, una de las mejores experiencias de mi existencia.