LA UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA. UNO VUELVE SIEMPRE…

LA UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA. UNO VUELVE SIEMPRE… 

Eligio Palacio Roldán

“Volver a los viejos sitios donde amó la vida”,  en la ciudad de Medellín, aunque sea de visita, es siempre placentero. Y lo es porque en cada espacio, en cada calle, en cada barrio, por más pobre que sea, se ve el progreso.

Llegar, después de varios años, a la Universidad de Antioquia, es ver y sentir la transformación de la zona norte de la ciudad, puerta de entrada  a las comunas que retrataron la decadencia de la sociedad paisa, en los años ochenta y los noventa del siglo pasado, hoy símbolo de una ciudad que se proyecta al futuro a través de la ciencia, la innovación,  y el emprendimiento, en el marco del proyecto RutaN.  Ahora, esa parte de Medellín, se ve más bonita, más multicultural, más comercial, más cosmopolita. Más bonita. (Ruta N, fue una iniciativa del alcalde Alonso Salazar en el 2009, teneindo como modelo el Distrito22@ de Barcelona – España).

Al cruzar la puerta de la Universidad de Antioquia, pareciera que el progreso es de puertas para afuera y es inevitable que el pasado regrese en ráfagas de nostalgias: La tienda donde se compraban los útiles de última hora, el primer casete de música gregoriana o de nueva trova cubana, los estudiantes rebuscándose la vida con las ventas de dulces y/o cosas inútiles, los grupos deliberantes definiendo vida, familia, país y mundo, alguna pareja de enamorados. Un pillo. La Biblioteca inspiradora. Los hambres sin calmar… Las carreras, el calor del medio día y la refrescante brisa junto a la fuente del monumento “El hombre Creador de Energía”, de Arenas Betancur… La piscina y la tienda de los jugos: el primero de aguacate. El leve olor a marihuana. El Camilo Torres, símbolo de la rebeldía de los años de la juventud. La Facultad de Periodismo y cientos de recuerdos alegres. Algunos perturbadores. El antiguo salón de clase de cine y luego, como antes, un Adiós.

Unos metros antes de salir, las ausencias se hacen presentes: los compañeros y los profesores de ayer: ¿Qué será de sus vidas?, ¿Habrán cumplido sus sueños?, ¿Les habrá sonreído la vida? ¿Vivirán?  ¿Cuántos recuerdos estarán ya sepultados para siempre? ¿Qué recuerdos y restos de conocimientos permanecen aún vivos?

¿Cuantos seres habrán cruzado el campus universitario de la de Antioquia, la UdeA?, ¿Cuántos sueños se habrán cristalizado allí?, ¿Cuántos hogares habrán surgido bajo la complicidad de las aulas, los jardines y las cafeterías? ¿Cuánto progreso? También ¿Cuántas desgracias? Es un mundo, inmenso, el que habita la Universidad.

Alejados de la nostalgia, muy pocas cosas han cambiado, a la vista, en la Universidad de Antioquia: Algunos computadores, muchos estudiantes conectados a la telefonía celular, cientos de vehículos más, jardines más bonitos y variados y… No mucho más. Es la permanencia de lo clásico, dirán algunos. No sé. Queda la sensación de estar de espaldas al mundo, a esa ciudad que progresa y se acerca a la modernidad.

ANTES DEL FIN

Medellín es un ejemplo de progreso y trasformación para Colombia y el mundo. Sin embargo, se comienzan a ver problemas ausentes de la vida cotidiana de la ciudad: la sobrepoblación vehicular que invade calles y andenes y unas vías con un asfalto cada vez más deteriorado que le va tomando ventaja al reparcheo, por ejemplo. Y basura, mucha basura.

Así como lo hiciera el Metro de Medellín, el Metroplus transforma la ciudad a su paso.

 

 

 

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LAS SECTAS POLITICAS

LAS SECTAS POLITICAS

Eligio Palacio Roldán

Cuando descubrí que la política existía me sentí clasificado con otra particularidad adicional a ser blanco, mono, buen estudiante, campesino. Era conservador. ¿Por qué? Pues porque esa era una característica familiar como las demás. Algo genético pareciera.

Después milité en ese partido político, era la “Reserva moral del país”, decían.  Si, era una reserva de las grandes y pequeñas castas que dominaron a Colombia en toda su historia, la reserva más añeja de la oligarquía colombiana. En una escena, la esposa de un religioso Senador de la República hacía ostentación de sus joyas y de su reciente viaje a Europa, en medio de unos campesinos ansiosos por obtener alguna ayuda, para calmar el hambre de sus hijos. Y bueno, eran poderosos, siempre cercanos a la iglesia y de una clase que se creía superior al resto de los humanos. Una secta que usaba a los pobres, con los que no se revolvía, para permanecer en el poder. Una secta que se creía elegida por Dios, que se sentía dueña de la verdad y de la moral pública. Para ellos la maldad y la corrupción estaban en el partido liberal.

Consciente de que el Partido Conservador era una secta, una “Comunidad cerrada, que  aparentaba promover fines de carácter espiritual, en la que maestros ejercían un poder absoluto sobre los adeptos” me alejé de esa organización.

Después me acerqué, sin militar jamás en él, al partido liberal. Y a pesar de decir ser el partido del pueblo, era una secta igual a la del otro partido. También la reserva moral del país, también dueños de la verdad y también, para ellos, la maldad y la corrupción estaban en el partido contrario.

Con la religión católica, que tenía las mismas características de los partidos políticos, eran  tres sectas las que giraban en torno a mi existencia. Hoy a cada una de ellas le han surgido múltiples competencias: sectas más pequeñas, más cerradas y con unos seguidores mucho más fanáticos, intolerantes y peligrosos que los anteriores.

La próxima contienda electoral tendrá muy poco elector libre, dado el desprestigio de la clase política,  y una guerra a muerte entre varias sectas, entre las cuales se elegirá el  presidente  de  Colombia. Entonces, las sectas “tradicionales”, partidos Conservador y Liberal, se sienten asustadas.

Los “libre pensadores” le temen a candidaturas respaldadas por sectas como las de la fanática religiosa  Viviane Morales, construida sobre la iglesia Casa sobre la Roca, del controvertido experiodista Darío Silva, recordado por su “lagartería” en el noticiero Noticolor, en el siglo pasado; la del ultra conservador y no menos fanático religioso, exprocurador Alejandro Ordoñez; la “del que diga Uribe”, una candidatura señalada por un hombre que se ve así mismo y que muchos otros ven como un Dios y algunos más como un demonio y que generó, a su alrededor, las dos sectas más grandes de Colombia, en este momento: la de los que lo aman y la de los que lo odian.

No miran con los mismos ojos otras candidaturas, respaldadas por otras sectas, igual de nefastas para el país que las anteriores, como la de Humberto de la Calle, criatura concebida en Cuba en el matrimonio Farc-Santos; la “made in” Venezuela de Piedad Córdoba, la de los dueños de la moral de los colombianos Claudia López, Sergio Fajardo y Jorge Robledo, la prefabricada, a punta de contratos, de Germán Vargas Lleras o la de más alto nivel de sectarismo: la de Petro, representante de los huérfanos de poder y canalizadora del resentimiento de siglos.

Lo que se viene es una guerra de sectas, muchas más que en tiempos pasados, por el poder concentrado en la Presidencia de la República, varias de las cuales, como es costumbre, desaparecerán para unirse al ganador a cambio de un “plato de lentejas”. Más que temerle a esas sectas hay que aceptarlas, cuestionarlas y, desafortunadamente elegir la más tolerante e incluyente. La menos descompuesta.

ANTES DEL FIN

La reelección presidencial fue la idea más nefasta para la democracia colombiana, en lo corrido del siglo XXI; lo fue la elección popular de alcaldes, en el pasado. Como se advirtió en su debida oportunidad, tener un presidente en campaña permanente, con todos los bienes del estado a su disposición, generaría corrupción. Ahí está: las tres ramas del poder público pagándose favores y manipulándose mutuamente, en una masa amorfa que hiede.

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