UNE EN LA ERA DE LOS FALSOS POSITIVOS

UNE EN LA ERA DE LOS FALSOS POSITIVOS
Las estrategias para desunirnos de UNE
Eligio Palacio Roldán

“Más difícil que conseguir un cliente es conservarlo”, decía  el  extraordinario profesor Diego Germán Arango,  cuando de su mano ingresaba al fascinante mundo del mercadeo, por allá en la década del ochenta, del siglo pasado, en la Escuela de Minas, de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Después en mi especialización en Gerencia de Mercadeo, la frase fue repetitiva y siempre está presente en cualquier seminario, charla o reunión sobre el tema.

Desde hace muchos años, quizás desde que se creó en el año 2006, he sido usuario de UNE en televisión, telefonía e  internet; han sido varias las propuestas, económicas y de calidad del servicio, para cambiarme de operador. No, he dicho siempre, por ese paisa regionalista que hay en mí.

Hoy me sentí desconcertado, cuando camino al gimnasio, me detuvo una niña promocionando  los servicios de telecomunicaciones, que presta UNE:

  • Te ofrecemos banda ancha de 10 megas, telefonía local ilimitada y servicio HD Premium de televisión, si eres del estrato tres o cuatro, por solo 109.000 pesos, dijo.
  • No es posible, afirmé, yo por esos mismos servicios, en estrato cuatro, pago 183.693; bueno, por mucho menos, yo solo tengo cinco megas de banda ancha.
  • Tranquilo, cancele el servicio y cómprelo a nombre de otra persona, me sugirió la promotora de ventas.
  • No, ¿Cómo así?, indiqué indignado.
  • Es la única manera de rebajar el precio, afirmó la vendedora.

No fueron suficientes  dos horas de gimnasio, no podía comprender lo sucedido, mientras caminaba por la banda recordaba mis carreras, en la madrugada, para no llegar tarde a las clases de mercadeo y todo ¿para qué? Y ¿qué dirá mi profesor ahora en sus clases?, ¿Dirá que lo importante es mostrar afiliaciones y tapar los retiros?, ¿Dirá que lo importante son las cifras?, ¿Dirá que el mercadeo, es el mundo de los Falsos Positivos? ¿Pondrá de ejemplo a UNE?

Llegué a mi casa y lo primero que hice, luego de encender el computador, fue consultar la página de UNE,  tenía la esperanza de haber estado alucinado; no era así, vean:

 UNE

Ninguna mención para los clientes tradicionales, ninguna invitación para quedarse, nada. ausencia total.

No entiendo, no sé: ¿por qué UNE no tiene ninguna estrategia de fidelización con sus clientes?, ¿Por qué la publicitada fusión UNE Colombia Móvil (TIGO) no se refleja en nada para los clientes nuevos o tradicionales de la empresas? ¿Por qué son mucho más costosos los servicios prestados por UNE para los antiguos clientes, que para los nuevos?, ¿Cuántos clientes fieles de se han desunido de UNE y se han ido para la competencia?, ¿Cuál será la calidad de los nuevos clientes que han desplazado a los antiguos? ¿Cuántos de los nuevos clientes estarán reemplazando a los antiguos a un costo más barato, como sugiere la vendedora, haga?, y, por último: ¿Me quedo en UNE, pagando mucho más, me cambio de compañía o hago al trampa sugerida por la vendedora para ser otro “falso” positivo de UNE?

Mala hora la del mercadeo, la de Colombia y la de los colombianos con la aparición de los Falsos Positivos en nuestra sociedad. (Sobre el tema, invito a leer LOS GOBIERNOS DE LOS FALSOS POSITIVOS http://wp.me/p2LJK4-AH).

ANTES  DEL FIN

Mucha controversia generó mi pasada columna, NO A LA ADOPCIÓN http://wp.me/p2LJK4-1; la idea era generar una reflexión sobre las verdaderas motivaciones del ser humano para tener un hijo, ya sea de sangre o adoptado, y las implicaciones sicológicas del hecho, De todas formas creo que el propósito se logró; no obstante, debo reconocer que la humanidad es cada vez menos egoísta y piensa más a la hora de decidir si trae o no un hijo al mundo; es nuestro deber ayudar a hacer la vida más amable de quienes llegaron al mundo sin ser deseados, las formas de colaborar son muchas y, lo repito, para ello, no es necesaria la adopción.

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NO A LA ADOPCIÓN

NO A LA ADOPCIÓN
Eligio Palacio Roldán
No estoy de acuerdo con la adopción de menores por parte de parejas del mismo o de distinto sexo.

Aunque los momentos más sublimes de mi existencia se han generado alrededor de los niños, siempre he pensado y dicho que un hijo no deja de ser un deseo egoísta.

Siempre se piensa en la felicidad que provocan los hijos, en la ternura que despiertan, en las ganas de vivir que generan, en la soledad que espantan, en la vejez que acompañan; poco se piensa en lo que les espera a los futuros pobladores de la tierra, en las dificultades que tendrán que afrontar, en la falta de oportunidades, en las frustraciones que genera la vida misma, en el dolor que los asediará.

Se ansía un hijo con mayor intensidad  que un buen carro, una casa o una finca; se siente que con su llegada se ingresa a un mundo ideal, sin sinsabores, donde solo hay amor y felicidad. Pero los hijos no son lo eso; son también dolor, desesperanza, impotencia, fracasos.

Se busca un hijo para continuar una obra, la propia, para la cual la existencia es corta; se pretende en un hijo, en un nieto, la inmortalidad; pero eso no es así, máximo dos generaciones permanecemos en la memoria o permanecíamos, ahora todo es más rápido, incluso el olvido, de ahí la proliferación de hogares para la tercera edad.

Dirán. mis lectores, que no tengo razón que se pretende tener un hijo pensando en lo bella que es la vida, en lo bueno que es estar sobre la tierra, en las bondades de que muchos seres puedan vivir nuestra propia experiencia. ¿Saben qué?, no les creo.

Por estos días los medios de comunicación y las redes sociales se inundan de comentarios por la, polémica, decisión de la Corte Constitucional, sobre la adopción de menores por parejas del mismo sexo; pues bien, no estoy de acuerdo con la adopción de menores por parte de parejas del mismo o de distinto sexo; no estoy de acuerdo porque estoy seguro de que, si un hijo, es un deseo egoísta, la adopción, lo es mucho más; no se busca la felicidad de otro ser, se pretende su posesión para satisfacer los propios deseos o necesidades; además, superar la frustración de no tener hijos de sangre. Es como cuando me compro un twingo porque no tengo el dinero para comprarme un BMW.

Si el altruismo nos inunda el corazón, si nuestra misión en la vida es ayudar al más desprotegido, hay cientos de maneras de brindar nuestras vidas y nuestros bienes a los demás: existen los orfanatos, los centro de rehabilitación, los hospitales y los hogares para los ancianos; además donde va a estar mejor un niño huérfano o abandonado que en una institución que lo acoja con cariño, con alimento y vestido, que esté preparada para educar y acompañar a los infantes; ¿porque no entregar nuestro tiempo y todo el amor y el dinero que tenemos a estos niños, sin recibir nada a cambio?, ¿sin no poseer a nadie?

Y en cuanto a nuestras propias frustraciones, a esa sensación de inferioridad que pueden tener muchos al no tener hijos, como los demás, hay también multiplicidad de opciones de solucionarlas; se trata de vivir para sí, sin disfrazar el egoísmo propio de la raza humana.

ANTES DEL FIN

Una pareja de amigos, que quiero mucho, al comienzo de su relación no quisieron tener hijos, luego lo intentaron y no lo consiguieron; entonces,  conocedores de su imposibilidad para engendrar, decidieron adoptar una hija. Alarmado les dije que no se pusieran en esas, que yo les desconocía esos pensamientos egoístas y no atendieron recomendaciones; luego de la adopción, se arrepintieron.

Formas más efectivas de ser inmortal que la de tener hijos, son el arte y la literatura.

PRIMITIVO

PRIMITIVO
Eligio Palacio Roldán

creciente roja

Doña Gabriela se dio vuelta y sintió como si la centenaria puerta que acababa de cerrar le cayera encima. Trató de observar algo en medio de la oscuridad de la noche pero sus ojos, ya cansados, solo alcanzaron a distinguir el salpicar de la lluvia al caer sobre el empedrado de la calle. Se sintió más tranquila, tomó entre sus manos un costal de fique, se cubrió con el pañolón, bajó sobre su cara un manto oscuro  y comenzó a caminar por la calle Guanteros en dirección a la plaza de Lapario.

Llovía, como era lo normal en aquella época del año, hacía pocos días  había pasado la creciente «del Señor de los Milagros»; serían las doce de la noche y el frío presagiaba que llovería durante muchas horas más. El pueblo parecía, hoy más que nunca, igual al cementerio: estaba desierto y sólo se escuchaban el ruido de la lluvia y el rugir del río. Todos los pobladores se habían retirado a descansar antes de las ocho de la noche, cuando se apagaba la planta eléctrica y sólo allá arriba, en San Isidro, en la casa de las López, algunos solitarios retozaban en los brazos de Olympia y sus muchachas.

Doña Gabriela pensaba en su presente, su pasado y su futuro; en las cuentas que tendría que rendir a los laparianos del cementerio, en su hija moribunda que había dejado en la cama, en su prestigio, en su orgullo doblegado: «¿Cómo, con la frente en alto, iba a recoger la limosna en la Misa Mayor, cómo explicar, qué decir?, y ¿Por qué a ella, por qué…?. Sólo estaba segura de una cosa: había obrado bien. Nadie podría saber, jamás, lo sucedido.

Había sido una mujer feliz; se casó «bien casada». Ocupaba una casa, grande, soleada y llena de flores, en la parte alta del pueblo, que era objeto de envidia para muchos. Tenía ocho hijos entre los cuales Carmen, la mayor, era la damita más cotizada por los solteros importantes… pero, ¿por qué precisamente Carmen le había hecho esto? No encontraba una explicación lógica… Tal vez si no la hubiese enviado a estudiar a la ciudad, nada de esto estaría pasando…

Un ruido de ventana que se cierra, sacó a doña Gabriela de sus pensamientos. Palideció, un sudor frío le recorrió el cuerpo, miró aterrorizada y vio por entre las rendijas cómo una luz se apagaba. Estaba delatada y para completar eran las Palacio, aquellas viejas tan chismosas, las que la habían descubierto. Agilizó el paso. Una lágrima corrió por su mejilla derecha al recordar los crueles acontecimientos de los últimos días…

Carmen había llegado de Medellín, hacía escasos ocho días, expulsada de la Normal de Señoritas, con un mensaje de la rectora donde lamentaba lo sucedido. Su llegada fue un misterio, nadie lo supo; doña Gabriela se encargó de que todos se fueran para la finca, y luego aquellos días de tortura y  el llanto y la tristeza y las pócimas que tuvo que tomar, y los dolores del cuerpo y del alma. Y el vacío.

Aquella plaza le pareció más grande que nunca a doña Gabriela. Los muertos también se habían retirado ya. La lluvia se hacía más fuerte, el viento azotaba los pinos del parque, el agua de la pila se regaba y se confundía con los otros arroyos. Un galopar disparejo se sintió sobre el empedrado y el terror se apoderó de doña Gabriela y quiso gritar y sin importarle lo que sucediera lo hizo… Fue un grito que estremeció a Lapario, que nadie ha podido olvidar. Los laparianos del pueblo se enrollaron en sus cobijas, los del cementerio entendieron lo sucedido y se miraron sin hablar. La mula de tres patas y su arriero corrieron más que nunca a medida que centenares de tabacos quedaban esparcidos por la calle.

Por fin había llegado a su destino. El agua amenazaba llevarse el puente. Doña Gabriela levantó la cabeza, miró sus manos y las vio siniestras, luego introdujo la derecha en el costal y sacó un feto sangrante. Con la izquierda le dio la bendición y en medio de las lágrimas y con el agua lluvia santificante le bautizó. «Tú eres Primitivo», le dijo; luego lo depositó nuevamente en el costal y lo tiró al río.

¿A QUIEN CREERLE EN COLOMBIA?

A propósito de Mockus
¿A QUIEN CREERLE EN COLOMBIA?
Eligio Palacio Roldán

No le creo al gobierno Santos porque se dedicó a repartir “mermelada” para que le crean; no le creo a Uribe por que estuvo ocho años haciendo lo mismo, que el gobierno actual; no le creo al Congreso porque no hace sino mentir para engañar al pueblo que “inocentemente”  vota por los mismos políticos, atollados en la “mermelada” o en la mierda de los padres de la patria; no le creo a la Justicia porque hace tiempo sucumbió ante el poder de unos y otros o se  atascó en medio de la “mermelada”; no le creo a los medios de comunicación, ni a mis colegas periodistas porque claudicaron ante el dominio de los poderosos  y las untadas de “mermelada”; no le creo al ejército y a la policía porque hace años se encuentran sumergidos en la “mermelada”; no le creo a las guerrillas de izquierda y a los paramilitares de derecha porque están atrapados en la “mermelada” del narcotráfico y luchan por una  participación en la “mermelada” oficial; no le creo a la iglesia porque aparte de la “mermelada” oficial se apropian de la miel de sus fieles; en fin, no le creo a nada ni a nadie, en esta Colombia de hoy.

Se perdió la credibilidad en la clase dirigente del país por el abuso de lo imaginario y lo simbólico sobre lo real y del mercadeo y la publicidad, a veces engañosa, sobre los hechos; de ahí que en la ciudadanía reine la desconfianza por las instituciones; de ahí que las acciones del gobierno se perciban como falsos positivos (Léase LOS GOBIERNOS DE LOS FALSOS POSITIVOS http://wp.me/p2LJK4-AH)

Hasta hace algunos días le creía a un hombre que, aunque político, tenía apariencia decente y hasta, a veces, me despertaba una ternura ajena a mi esencia por esos personajes; se trata del exalcalde de Bogotá y excandidato presidencial, por quien he votado, algunas veces, Antanas Mockus. Como todos los lectores saben, el Uribismo lo acusó de estar untado de la “mermelada”  y él, esta mañana, se defendió en La W hasta casi derramar,  y hacerme derramar a mí, algunas lágrimas; sin embargo, resultó tan mentiroso como todos: Mientras el Ministro de la Presidencia; Nestor Humberto Martínez afirmaba que el contrato con el gobierno, que provocó el escándalo,  había terminado el 31 de diciembre de 2014, Antanas afirmaba que aún no se habían presentado las conclusiones y, preguntado sobre la contradicción, no hacía sino contestar otras cosas al mejor estilo de Alvaro Uribe. Si el contrato terminó o no, no importa, lo claro es que Antanas Mockus, no es independiente y que su dependencia económica del gobierno Santos, la “mermelada”, le restan credibilidad para embarcarse en manifestaciones a favor de la paz, con las Farc.

Desafortunado, por decir lo menos, para Mockus, lo sucedido; pero más para mí y para los colombianos,  que cada vez nos convencemos, más, que la ética en la “nueva” clase política es puro maquillaje, para mercadearse,  y que, debajo de él, se  esconde la misma mezquindad de los políticos tradicionales.  Es hora de que el exalcalde vuelva a pedir perdón a los colombianos, como lo hizo alguna vez, en 1997, por haber abandonado la alcaldía de Bogotá, y de tener un retiro digno de las actividades con las que pretende inculcar valores. Ya se cayó la careta del profesor, para infortunio de todos.

ANTES DEL FIN

Esta semana celebramos el Día del Periodista; la historia nos depara una gran batalla o una gran oportunidad: brindarle a los colombianos la posibilidad de creer en algo o en alguien. Es hora de reaccionar.

COLANTA – JENARO PEREZ

COLANTA – JENARO PEREZ
Eligio Palacio Roldán
No solo trasformó la zona si no a sus habitantes, su forma de ser y de pensar y de estar en la vida.

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Por razones de índole familiar y de arraigo, suelo recorrer con mucha frecuencia los municipios del norte antioqueño, cercanos a Medellín: San Pedro, Entrerríos, Belmira, Don Matías y Santa Rosa de Osos; en esos recorridos, ante el asombro de mis acompañantes de viaje, por la belleza, el orden y el verde intenso de la región, les cuento la siguiente historia:

Érase una vez una comarca muy pobre, al norte de Medellín, tanto que las historias de hambre y miseria eran el común denominador; tanto que la mayor parte de sus habitantes se habían desplazado en la primera mitad del siglo XX a la ciudad, buscando un mejor porvenir para sus familias, habían emigrado tras el trabajo en Coltejer, Fabricato y Tejicondor, las grandes empresas textileras  de la época. Se sembraba maíz, papa, frijol y, claro, se ordeñaban vacas; recuerdo como en una finca de unas 200 hectáreas se producían unos 60 litros de leche; y recuerdo, también, la dificultad para vender esa leche, los fiados en la tienda hasta que Proleche, el único comprador, enviara el cheque; también la devolución del producto o los días en que no lo compraban y la familia se llenaba de angustia… y de queso…

En esa región, crecía el helecho, los morales y el yaragua  que le daban una tonalidad café a las tierras; el verde era un verde amarillento de las cosechas de maíz; esa misma zona es la misma que hoy, cuarenta años después, deja entre incrédulos y emocionados a los visitantes.

Guardadas las proporciones…, bueno, sin guardarlas, se podría decir que la hazaña de transformar estas tierras antioqueñas y volverlas productivas es comparable con la conquista del desierto en Israel o la ampliación de la frontera terrestre en los países bajos. Pero ¿Cómo se dio esa metamorfosis?

Fue un visionario, Jenaro Pérez Gutierrez, quien tomó las riendas de la naciente Cooperativa Lechera de Antioquia – Colanta y a través de ella, no solo trasformó la zona si no a sus habitantes, su forma de ser y de pensar y de estar en la vida. Ahora, en el norte antioqueño no se presentan situaciones de apremiante pobreza, entre sus antiguos pobladores, solo alguna por el desplazamiento hacia la zona, sus habitantes se emplean en sus pequeños y productivos terrenos y en la industria que se ha generado a partir del desarrollo impulsado desde la cooperativa. En la región, gracias a su desarrollo, no se han presentado graves problemas de orden público, sus gentes ya no emigran a la ciudad en busca de oportunidades e incluso es notorio el regreso de los mayores, a terminar sus vidas en un envidiable hábitat.

Del prohombre, Jenaro Pérez, se han creado historias y mitos; tantos, que parece increíble escucharlo hablar con la alegría y el entusiasmo de un adolescente y la sabiduría del hombre que cambió la historia de una gran parte de Antioquia y de Colombia, sin violencia, de manera honrada, solo con trabajo y con creer en su origen y en las posibilidades de una economía incipiente.

El señor Pérez es, sin duda, un héroe nacional; algún día será reconocido como tal.

ANTES DEL FIN

He sostenido, en varias oportunidades, que la objetividad no existe. Esta reflexión, diferente a la de varios colegas, no está basada en ninguna entrevista, en ninguna consulta, en ninguna lectura, en ninguna investigación, en ningún interés particular u oculto; está fundamentada en la observación directa, cada semana, por más de cuarenta años, en sentarme en una montaña y mirar hasta que la visión lo permita y en la transformación, también, de un pedazo de tierra, de mi mano, en esa zona del país.

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