UN VIAJE EN TRANSMILENIO

UN VIAJE EN TRASMILENIO

Eligio Palacio Roldán

  • 20141012_143627

Aunque viajo con alguna frecuencia a Bogotá nunca había utilizado el servicio de transporte masivo Transmilenio; en esta oportunidad decidí hacerlo, no lo niego, con cierto grado de morbosidad, de la que manejamos los paisas, al compararnos con otras regiones del país.

El ingreso fue en la estación de Puente Aranda, en la calle 13 con carrera 37, mi destino la estación El Portal del Norte en la autopista norte con calle 170; cierto nerviosismo me indujo a llevar la billetera y el celular a los bolsillos delanteros del pantalón, en donde deje también mis manos por largo tiempo hasta cuando pude conseguir un asiento; por unos minutos me sentí en el metro de Medellín, en las horas pico, una fuerza incontrolable me depositó en el vagón del bus en donde me limité a respirar, nada de movimientos. Digo respirar, pero eso no es cierto, no pude hacerlo, un olor a sudor, de dos o tres días de alguien que no se baña, acompañado de desodorante con una fragancia penetrante, me lo impidió.

Miraba de lado a lado con temor, seguramente alguno de mis compañeros de viaje me iba a robar, y como si fuera poco no sabía si me habían subido al vehículo que cumpliera con mi recorrido, no alcancé a leer; llegando al sector de  San Victorino, lugar cargado de viejos, temerosos y amables recuerdos, me di por vencido, traté de bajarme del vehículo, para tomar un taxi, pero una multitud me llevó de nuevo al interior del vagón y me precipitó sobre el coche de un bebé que comenzaba a llorar; allí, muy estrecho, poniendo un pie sobre el otro, encontré un refugio hasta la altura de la calle 42 cuando entre el tumulto, no sé cómo, ingresó un señor arrastrando un nuevo coche: Este es el lugar de los bebés, me dijo;  yo sin saber cómo, me volví a acomodar.

Una mujer, de unos cincuenta años de edad, demacrada, que viste pobre, relata como la policía la dejó subir al vehículo y como los pasajeros “víctimas del egoísmo que carcome la sociedad” seguramente, no le prestará atención, para concluir pidiendo limosna para una niña recién accidentada.

Por fin encuentro donde sentarme, minutos antes había podido mover un poco mis pies cansados, estaba a la altura de la calle 63, junto al parque de la iglesia de Lourdes, también cargado de recuerdos tan lejanos y tan presentes, en este transcurrir por la vida sin tiempo; era el momento para revisar mensajes en el celular y visitas a www.eligiopalacio.com; la alegría duro poco, volvieron los infinitos minutos sin respiración, un hombre de unos treinta años de edad dormía de pie, a mi lado, con un guayabo de muchos días, concentrado en un olor penetrante a alcohol, y otra vez, si otra vez, a sudor de varios días; la falta de aire continuó hasta la estación de la calle 100.

Otra persona, un hombre, exponía esta vez sus miserias ante un público ausente, la mayoría dormido; hablaba de la falta de trabajo y de la imposibilidad, también,  de acceder a algún servicio de salud. Un hombre  bastante mayor trata de abandonar el vehículo a la altura de la calle 142, lleva una caja de aguacates, bastante apetitosos, que le impide salir, atropella varias personas a su paso.

Alguien, que usa muletas, ingresa en una estación, ya no me interesa saber cuál, me siento cansado, pisa, con una de ellas, a una señora que grita adolorida.

En un estado semidormido, el ideal para mí, escucho que el viaje terminó; bajo aceleradamente, la tortura concluye; un cúmulo de basura y un olor penetrante a orina me recibe.

 ANTES DEL FIN

Transmilenio es un excelente medio de transporte, muy similar al metro de Medellín, un acierto de Enrique Peñalosa que no se ha reconocido suficientemente en Colombia; sus problemas, los mismos del metro, la oferta es mucho menor que la demanda; algo a imitar del metro,  la prohibición de utilizarlo para mendigar,  llevar grandes paquetes o cajas, acceder al servicio ebrio e invertir muchos esfuerzos en cultura ciudadana para evitar las basuras y sobre todo (no pretendo ofender) para que los bogotanos se bañen.

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