¿Y QUIÉN ES EL(LA)?*
Eligio Palacio Roldán
La pequeña casa, separada del ala izquierda de la casa grande, siempre se pintó de café. De café también se vistió quien la habitaba. Al mirarla era inevitable entonar la antigua canción “Ya no vive nadie en ella…”, pero si vivía alguien. “Se cerraron para siempre sus ventanas…”. Entrada la noche, se abría la puerta para dar paso a una figura estilizada que, con altivez, recorría las calles buscando siempre los lugares oscuros.
La rutina era la misma: ocultándose tras su sombrero, visitaba la tienda de don Everardo, compraba algunos víveres, que despertaban la curiosidad de más de uno, y sobre los cuales el obeso y simpático hombre guardó siempre silencio. Regresaba a la casa.
Después una luz, que se adivinaba mortecina, filtrándose por las hendijas de la puerta y las ventanas, algún ruido de cubiertos y luego nada. Nada hasta, la media noche, cuando la puerta se habría de nuevo.
Algunos decían que las puertas se abrían para dar paso a las ánimas. Afirmaban que quien habitaba ese misterioso lugar tenía pactos con los muertos; otros juraban no eran muertos quienes cruzaban aquella puerta, que eran hombres buscando amor. Algunas veces se escucharon gemidos.
Tan misterioso como el lugar, era el origen de quien lo habitaba. Doña Rosa contaba que provenía de una de las familias más adineradas del pueblo, pero que era una deshonra. Por ello, había sido enviado a la ciudad. Pasados los años, con sus padres muertos, le había invadido la soledad y había regresado. Sin embargo, el aislamiento aquí era mucho mayor. Incluso, se cuenta que, a su paso por las calles lo precedían cierres de puertas que dejaban a salvo a los niños.
Pasados algunos años, el extraño ser, tuvo problemas económicos, se dijo aguantaba hambre. En los ratos de vigilia aprendió a descubrir el más mínimo olor que se escapaba de las ollas, de las cocinas de los vecinos.
Fue don Everardo quien le propuso el osado concurso: quien descubriera su sexo recibiría cinco pesos de premio, las boletas costarían 50 centavos.
El pánico se apoderó de los hombres del pueblo, la curiosidad de las mujeres. Las boletas “se vendieron como arroz”. Dicen que, en las noches se escucharon, súplicas y amenazas, también sonidos de monedas al caer, algunas de las cuales rodaron por las escalas hasta perderse en la calle…
Todo estaba listo, ese día de octubre: una improvisada tarima, bajo el frondoso pino del parque, las ansiosas mujeres y algunos hombres curiosos. La mayoría ausentes. El ambiente cubierto de un tenue amarillo que dejaban los últimos rayos del sol y don Everardo vendiendo las pocas boletas, de la rifa, que quedaban…
Un niño interrumpió la esperada ceremonia: Por las escalas, de la misteriosa casa, corría sangre…
Y aquél ser quedó para siempre en el imaginario del pueblo. Que era un hombre, decían unos; que era una mujer, decían otros; que era una mujer en el cuerpo de un hombre,
*Con especial dedicación a @prensapaisa