UN ADIOS
Eligio Palacio Roldán
Muchos fantasmas negándose a desaparecer. Y luego, a pesar de todo, un adiós.
El viajero se siente invadido por la nostalgia del espacio recorrido y de los seres queridos, de un tiempo ya lejano.
De repente se encuentra con ese verde intenso de la hierba, tan diferente a aquel otro, verde amarillento, de los maizales.
Los árboles plantados tantos años atrás.
Los sauces doblegados por el paso del tiempo, por el embate de los enemigos ponzoñosos y de los amigos, que con mucho cariño, le chuparon la savia.
El roble símbolo del hombre que se niega a partir.
El eucalipto que ha servido como testigo del pensamiento, la pasión, el amor y las lágrimas. Sentados sobre sus raíces y mirando al cielo, muchos creen hablar con Dios. En su corteza, los enamorados, pintaron corazones que el tiempo ya borró.
Otros árboles desconocidos que envejecieron pronto.
Las formaciones rocosas permanecen incólumes. Testigos mudos e impávidos de la vida. A sus pies muchos se protegieron, de la lluvia, alguna vez, otros escondieron sus amores y unos, más, sus ambiciones. De vez en cuando algún liquen trata de aferrarse a su estructura, sin lograrlo por mucho tiempo. Aparecen dispersas saliendo de la tierra y algunas simulan fantasmas. Incluso parecen conformar un fogón gigante, donde alguna vez, se pudo hacer un sacrificio. En el riachuelo, permanecen estáticas, quizás soñando con conocer el mar.
La montaña majestuosa: símbolo de grandeza y poder, de lucha. Cuna de mitos y leyendas. Testigo del coraje de las gentes del valle. Y allá arriba, el misterio de las cuevas de Puente Piedra: origen de la vida para la mayoría de los pobladores de la región.
Un poco más abajo el renacer del riachuelo: hermoso, misterioso y enigmático. Formando cúmulos de espuma con el chocar del agua y las rocas. Después los chorros que han limpiado los cuerpos y las almas de generaciones enteras.
En el valle, la casa. Legado del colonizador. Cuna de ilustres hombres y de otros que no lo fueron tanto. De ángeles y demonios. De seres humanos.
Grandes empedrados. Silenciosas ventanas. Techos altos y blancas paredes que han contenido más de doscientos años de historia: cuántos llegaron, cuántos otros se marcharon. Quiénes crecieron y cuáles crecerán?
Las flores de la abuela, el naranjo, el establo que se vino abajo y el comedor que se convirtió en establo. Y las tapias derrumbadas.
Cuantas risas, lágrimas y canciones. Cuantos disgustos. Varios amores. Muchos engaños. Tantas pasiones.
Muchos fantasmas negándose a desaparecer. Y luego, a pesar de todo, un adiós.