CENIZAS

CENIZAS
Eligio Palacio Roldán

Desde el día del incendio no los vio más. El monte y la casa desaparecieron y quizás también lo hicieron los recuerdos. Ahora, ya no quedan ni las cenizas

El viajero recorre una verde y fresca ladera. Las vacas pastan tranquilamente, como siempre. Las gallinas caminan como autómatas hasta un chachafruto que les sirve de sitio de descanso, en la noche.

En lo alto, en el camino, se extiende la nube de polvo que deja el bus de las cinco. Abajo, junto al pequeño monte de siete cueros, donde nace el sonoro y transparente riachuelo, los grillos comienzan su serenata. En el valle contrastan el verde claro de los sauces, el color ladrillo del pueblo y el amarillo del atardecer.

El viajero respira profundo. Cierra los ojos. A su memoria llega una tarde lejana, con una mujer gritando desesperada buscando ayuda para apagar el incendio, que amenaza con destruir su casa, y un hombre, en esa casa, perdido en el espacio y el tiempo.

Recuerda también una veintena de hombres y mujeres, tiznados, armados de palos, en la noche, apagando el fuego… Y el fuego, desde lejos, cual luciérnaga gigante iluminando todo el espacio.

El viajero suspira. Ya se marchó el hombre sin encontrar un lugar en el mundo; atemorizado por la mirada del otro; prisionero de sus deseos y de la moral cristiana de la época. También la mujer tras sus sueños de infancia; que fueron decepción en su edad adulta y amargura en su vejez.

El hombre se ocultó, siempre, en el bosque, detrás de los helechos. Quienes lo vieron, alguna vez, contaban que vestía harapos, sus barbas se confundían con su pelo y ambos con los bellos del cuerpo que lo cubrían como a un oso. Cuando presentía una presencia humana, amenazaba con un trozo de madera, que le servía de bordón. Nadie le podía arrimar. Mucho menos hablar.

La mujer vivió para exhibirse. Buscaba el amor de los hombres con tal ansiedad que los hacía huir. No era dueña de una gran belleza, pero era agradable. Cuando se hizo mayor no quiso mirarse, más, al espejo. Le tenía miedo.

El viajero vuelve al presente. Desde el día del incendio no los vio más. El monte y la casa desaparecieron y quizás también lo hicieron los recuerdos. Ahora, ya no quedan ni las cenizas.

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